Y ahí estaba, la primera escala del crucero, Noumea, la capital del lejano archipiélago de Nueva Caledonia. Después de dos días de navegación y 1.074 millas marinas recorridas, la mañana nos saludó con un espléndido día soleado en esta parte de la Melanesia. Las vistas de las que disfrutábamos desde las cubiertas altas del Oosterdam nos hicieron presagiar que íbamos a disfrutar de una preciosidad de ciudad con pinceladas coloniales. Y el recibimiento a pie del crucero por un vistoso grupo de danzas tribales ataviados con una explosiva ornamentación y pinturas en sus cuerpos nos dejó claro que estábamos en el maravilloso Pacífico Sur. Un lugar conocido por el carácter amigable y cercano de sus gentes y pueblos, pueblos que por otra parte y hasta hace no demasiado practicaba el canibalismo como forma cultural de poseer el alma de sus enemigos en la busca de fortalecer el suyo propio. Pero eso fueron otros tiempos. Las vistas de las numerosas bahías que rodean Noumea, con sus cristalinas aguas de color turquesa, no hicieron apresurarnos en desembarcar del Oosterdam. Como casi siempre tantas cosas bellas por ver y tan poco tiempo.