domingo, 21 de noviembre de 2010

La ciudad de Lucca. Entrañable, pintoresca, romántica, maravillosa



Lucca ha sido una de las sorpresas más agradable de este crucero. Rodeada en su totalidad por una impresionante muralla rojiza, en su interior no sólo descubrimos rincones encantadores e iglesias monumentales. Lo mejor de todo es que encontramos vida, y no sólo por los numerosos turistas que deambulan por sus estrechas y retorcidas calles. Al contrario de otras turísticas ciudades italianas, que se asemejan a grandes parques temáticos, perfectamente conservadas pero carentes de autenticidad, en Lucca se habita, se hace la compra diaria en bicicleta, se acude al trabajo, sus vecinos se saludan, se conocen, se interesan unos por otros, se reúnen en sus cafés. Es una ciudad viva. Además tiene un ambiente muy tranquilo que nos permitió pasear relajados y sin prisas disfrutando de la inmensa belleza que posee y de un patrimonio envidiable.


Llegamos a Lucca procedentes de Livorno. La forma más sencilla es tomar el tren a la estación central de Pisa, y una vez allí hacer trasbordo a otro que nos dejó en la puerta de entrada a la ciudad. Llevábamos los horarios impresos, así que sabíamos que en Pisa nos tocaba correr para no perder el tren a Lucca, ya que disponíamos de poco más de cinco minutos para encontrar el andén en el que se encontraba. La oficina de turismo de la ciudad de Lucca se encuentra frente a la estación, a mano derecha y allí, amablemente, nos orientaron y dieron toda clase de información. Para los más deportistas se alquilan bicicletas en la entrada a la ciudad amurallada. Una forma sana y práctica para conocerla.









Accedimos a la ciudad por la Porta San Pietro, que queda a escasos diez minutos de la estación de ferrocarril, y de ahí, pasando por el Teatro del Giglio, llegamos a la Piazza San Martino y la Piazza Antelminelli. Ambas plazas se encuentran separadas por la Catedral de San Martino, con un pórtico espectacular en mármol blanco y verde, y un esbelto campanario anexo a la fachada, unido de una manera ciertamente poco afortunada o extraña. Después visitamos el Duomo, donde se encuentra la Santa Croce, un crucifijo milagroso que es venerado en la Catedral , y que según la leyenda Nicodemo plasmó de memoria en ella los rasgos de Jesús después de su muerte. Se cuenta que Nicodemo lo lanzó al mar, siguiendo órdenes divinas, y fue encontrado años después en las costas de Luni, al norte de Lucca. En la edad media la fama del Volto Santo o Santa Croce, fue enorme. Al salir de la Catedral nos bastó dar unos pasos para encontrarnos en la Chiesa di San Giovanni, en la piazza del mismo nombre. Y es que una de las particularidades de Lucca es la abundancia de plazas distribuidas en cada rincón de su casco histórico, que a su vez está encerrado por las intactas murallas romanas. Pero no son las únicas iglesias que descubrimos. Caminando por sus elegantes calles también nos encontramos con otra de las más representativas, La Iglesia románica de San Michele, enclavada en otra de sus animadas plazas llenas de terrazas, y que unido al precioso día soleado nos fue imposible no caer en la tentación de saborear unos espectaculares capuccinos.



Pero pasear por las calles de Lucca no sólo es contemplar arquitectura románica religiosa. A cada esquina que dábamos nos encontramos con palacios, cuya arquitectura no dejaba de recordarnos que nos encontrábamos en el corazón de la Toscana, y a lo largo de sus enrevesadas calles comercios tradicionales cuyas fachadas eran ajenas al paso del tiempo (y a la barbarie de las reformas modernas), escaparates de fabulosas viandas autóctonas que me dejaban embobado, mientras un vecino aparcaba su bicicleta con alforjas de cuero donde más tarde guardaría su compra diaria. El caso es que ya llevábamos varias horas en la ciudad y aún no habíamos visto uno de los símbolos de Lucca, aquel con el que siempre la había identificado en mi cabeza. Y para allí nos dirigimos. De camino fuimos recorriendo la Vía Fillungo, una de las pequeñas arterias comerciales, llena de elegantes boutiques, tiendas de artesanos donde se pueden adquirir artículos de orfebrería y joyería, heladerías tradicionales y disfrutar de la vista de una de sus torres, la Torre delle Ore, hasta desembocar directamente en la Piazza dell Anfiteatro. Un antiguo anfiteatro romano que fue destruido y en cuya estructura construyeron edificios de viviendas. Conserva la forma oval original y la parte de la arena la ocupa una plaza encerrada a la que se accede por pasadizos. Una auténtica preciosidad, no me defraudó nada, con sus bajos ocupados por comercios y restaurantes y la gente disfrutando de su aperitivo y del espléndido sol de la Toscana.



El resto de la estancia la aprovechamos para subir a la Torre Guinigi, en la casa del mismo nombre, un espectacular edificio gótico, cuya curiosidad a parte de la majestuosidad de la propia torre, es que en lo alto crece un pequeño jardín con árboles de un tamaño considerable y que pueden ser vistos desde muchos rincones de Lucca. Y aunque llegamos a lo alto casi sin aliento, sin duda las vistas que se abrieron ante nuestros ojos mereció cualquier esfuerzo. Seguro que permanecimos más de media hora, pero es que era incapaz de marcharme de allí, y eso que a esa altitud el viento barría el mirador con mucha fuerza. Pero se nos agotaba el tiempo y debíamos ir a la estación a tomar el tren que nos llevara de vuelta a Livorno. En el tren fuimos charlando sobre las sensaciones que nos había dejado Lucca, mientras contemplábamos el paisaje por la ventanilla y descubríamos algunas villas toscanas en la lejanía, y que inevitablemente comparábamos con aquella película romanticota que hacía no mucho habíamos visto en la tele,  “Bajo el sol de la Toscana”. La conclusión fue unánime, Lucca es entrañable, pintoresca, romántica. Es maravillosa.

 
 
Palazzos toscanos


Comercios tradicionales en la Via Fillungo




Otra vista de la Piazza dell Anfiteatro


La Torre Guinigi, con su pequeño bosque "aéreo", vista desde la calle

 
Preciosas vistas de Lucca y sus alrededores desde lo alto de la Torre Guinigi. Entre las edificaciones se adivina la forma oval de la Piazza dell Anfiteatro

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