De Bangkok sabíamos de la espectacularidad de sus monumentos, y del carácter amable y sonriente de sus gentes, siempre dispuestas a ayudarte en lo que necesites. Pero lo que desconocíamos es el grado tan alto al que llega la amabilidad y la disposición de todas y cada una de las personas con las que nos hemos cruzado. Y la maravilla monumental que forma el centro de esta enorme urbe asiática. Llegamos muy temprano al puerto de Laem Chabang, al sureste de la capital, donde el Zaandam iba a permanecer dos días amarrado en puerto. Cuando preparamos las escalas del crucero, habíamos reservado desde casa un coche con conductor para que nos acercara hasta el centro de Bangkok a primera hora de la mañana, y al final del día nos regresara al barco ya de madrugada. Pedimos el desayuno en el camarote para poder desembarcar lo antes posible del barco, y al entrar en la terminal ya estaba allí, esperándonos con un cartelito con mi nombre, el chófer más alto del reino de Tailandia. Si habitualmente los Tailandeses son menudos y no muy altos, a nosotros nos tocó uno de más de dos metros, que todo lo que tenía de altura lo tenía también de amabilidad y simpatía.