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miércoles, 30 de junio de 2010

Túnez. Crucero Msc Lirica


La última vez que estuvimos en Túnez, dedicamos la mayoría del tiempo a conocer en profundidad las ruinas romanas de Cartago y el Museo Nacional Bardo, con la mayor colección reunida de mosaicos en el mundo. También dedicamos algo de tiempo a una visita un poco apresurada a Sidi Bou Saïd con la noche ya encima. Nos permitió ver este encantador pueblo con sus calles y tenderetes iluminados, pero nos perdimos la maravillosa luz que se disfruta en un día soleado y que hace resaltar el colorido de las puertas y ventanas de cada una de las casas de Sidi Bou Saïd.




Así que esta vez estábamos dispuestos a poner remedio y disfrutar de las demás cosas importantes que se nos quedó en el tintero la última vez. Llegamos a La Goulette pronto por la mañana. Un antiguo pueblo de pescadores frente al Golfo de Túnez y sin ningún atractivo importante. Esta vez teníamos muy claro a qué queríamos dedicar las horas de estancia de que disponíamos en Túnez y completar nuestro conocimiento de esta capital norteafricana. Desembarcamos rápidamente a puerto, no sin antes sufrir una pequeña decepción, ya que esta vez no nos sellaron la visa en el pasaporte como la otra vez. Sirvió con un cartoncillo de visado temporal que luego había que entregar a la policía antes de volver a subir a bordo del Lírica. Pues bien, fuimos directamente a los taxis que esperan dentro del recinto portuario y que tienen tarifas fijas que abonas al regreso a puerto. Con un coste de 40 euros si quieres visitar La Medina o bien Cartago y Sidi Bou Saïd, y de 60 euros si visitas los tres lugares, nuestra siguiente misión era encontrar otra pareja de pasajeros que quisieran compartir taxi, y por lo tanto gastos con nosotros. Después de tres intentos fallidos hablamos con una pareja que accedió encantada a venir con nosotros en el mismo taxi y nos dirigimos a La Medina de Túnez con el Carlos Sainz del Magreb al volante de un curtido VW Vento con varios cientos de miles de kilómetros sobre su carrocería. En menos de media hora ya nos encontrábamos en una de las puertas de La Medina y comenzábamos la exploración, no sin antes rechazar varias veces la oferta de los servicios del guía improvisado que nos esperaba a instancias del taxista.

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