Una de las imágenes más famosas y reconocibles de Japón portada de muchas guías del país del Sol Naciente, la puerta Ootorii sobre las aguas de la Isla de Miyajima. Este enorme torii vigila desde hace siglos el acceso al templo Santuario de Itsukushima construido en el siglo XII. La Isla de Miyajima siempre ha sido considerada un territorio sagrado puesto que en ella han convivido desde la antigüedad dioses y hombres. Llegar a la isla es muy sencillo y cómodo desde la estación de Hiroshima. De allí parten los trenes hasta la estación de tren de Miyajimaguchi, y de ahí a unos cientos de metros estaban los muelles donde parten los barcos transbordadores hacia la isla. En nuestro caso al estar en posesión de la tarjeta Japan Rail Pass embarcamos directamente en los ferry de la compañía JR sin tener que pasar por taquilla. La travesía por el mar lleva unos diez minutos en los cuales pudimos disfrutar de los bellos paisajes que la Isla de Miyajima ofrecía con su agreste orografía. También pudimos ver de cerca los enormes campos de cultivos de ostras que abastecen a la región y a una parte importante del Japón.
Desde el muelle del ferry un corto paseo adornado con hileras de farolillos de piedra te llevan bordeando el mar hasta la Puerta Ootorii. Por el camino nos fuimos topando con multitud de ciervos que lentamente desperezaban sus músculos al sol de la mañana, tras pasar la noche ateridos por el frío. Es increíble la gran cantidad de estos ejemplares que se mueven libremente por la isla aparentemente despreocupados, y en ocasiones acosando a los visitantes para ver si pueden conseguir una comida gratis. Un consejo muy importante para visitar la isla es que hay que madrugar un poco y llegar alrededor de las nueve de la mañana -o antes- para visitar tanto el Ootorii como el Santuario con relativa privacidad y sosiego. A media mañana las hordas de turistas pueden llegar a ser insufribles. De hecho nosotros ya estábamos en marcha antes de que se instalaran los barcos para turistas.
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Y por fin la más deseada. Allí, justo delante de nuestros ojos, teníamos el torii más famoso del mundo. Su tamaño impresiona y su rojizo color bermellón destaca sobre el azul del mar y el del cielo, y lo hace parecer hasta divino. El Ootorii es un enorme torii flotante de diecisiete metros de altura y unos pilares de diez metros que parece flotar sobre las aguas del Mar Interior de Seto. De un intenso color rojo realmente no está ni flotando ni fijo al fondo arenoso, sino que se mantiene en su posición por su propio peso. Cuando preparamos el viaje quisimos hacer coincidir la visita a la isla con la pleamar para poder contemplar el Santuario Itsukushima y el propio Ootorii "flotando" en las aguas. Después de ver muchas fotografías con la marea baja y la marea alta nos pareció mucho más bonito en el periodo de pleamar. Ya por la tarde, justo antes de abandonar la isla, la marea había bajado y el santuario había quedado descubierto de agua y el torii a punto de descubrirse....y no es lo mismo..
La entrada al Santuario de Itsukushima nos costó 300 yenes por persona. Al ser de los primeros visitantes pudimos pasear por sus corredores y visitar sus salas con mucha tranquilidad, algo imposible más tarde cuando los rebaños de grupos organizados de turistas taponan los estrechos pasillos y corredores que conectan los diversos edificios.
El "Main Shrine" o Santuario Principal es el lugar de la ofrenda y oración. Los creyentes, y los no creyentes, nos paramos delante de edificio y salón de oración principal donde efectuamos nuestras ofrendas. No hay que dejar pasar la oportunidad de pedir en uno de los templos sintoístas más bellos de todo Japón. Seguro que en ese lugar nuestros deseos y oraciones fueron escuchados con más fuerza. En el resto del santuario existen de todas formas otros pequeños altares ubicados en edificios menores.
La Pagoda Goju-No-To de cinco plantas de altura destaca sobre el resto de edificaciones del Santuario Itsukushima, pero este edificio no se puede visitar por dentro. A la hora de acceder al Santuario, si pagas un suplemento a la entrada en las taquillas, se puede tener acceso al Pabellón del Tesoro que expone diversas piezas de arte, máscaras y armas.
En la Isla de Miyajima se pueden contratar estos transportes con los que hacer un recorrido por las partes más interesantes de la misma de una manera cómoda. Hay que tener en cuenta que la parte del Santuario Itsukushima y el paseo que recorre el pueblo están en llano, pero cuando quieres ir de visita a otros templos en el interior la orografía de la isla, con sus numerosas cuestas que llevan a la ladera de la montaña, pone a prueba la forma física del visitante. Los chicos que tiran de estos carros están sin duda en buen forma.
El pueblo tiene un conjunto de casas antiguas de gran belleza. estas construcciones de madera nos recordaron a las casa tradicionales que pudimos contemplar en el interior rural de Japón, en la ciudad de Takayama. Me encantan. En esta zona alejada del embarcadero se respira tranquilidad, pero las calles aledañas al muelle del ferry están a rebosar de restaurantes y locales de comida callejera, y consecuentemente de gente también.
Partiendo del pueblo unas empinadas calles llevan hasta una `pista forestal que asciende por la falda de la montaña. Un gran número de escaleras nos condujo hasta un conjunto de templos que forman un santuario encaramado en la montaña. El Templo Daisho-in es un maravilloso conglomerado de construcciones budistas diseminadas en plena naturaleza, con un arroyo como columna vertebral cuyo cauce va enlazando una edificación con la siguiente. Y así hasta formar un lugar que emana espiritualidad por cada esquina y cada rincón. El aroma de las plantas mezclado con el de las barras de incienso consumiéndose a las puertas de los templos contribuye a que así sea.
La mayoría de los visitantes de la Isla de Miyajima se van sin pisar el Templo Daisho-in y eso en realidad es una bendición para este lugar que difícilmente podría soportar a miles de visitantes diarios. Aunque mi recomendación es no perderse este mágico lugar.
A lo largo de todo el conjunto de templos, en los muchas sendas y corredores que los unen, cientos de pequeñas esculturas de budas adorna los márgenes. Muchas lucen gorros y bufandas hechas en lana y representan diferentes sensibilidades para poder hacer una ofrenda de dinero al que más nos guste o necesitemos. En mi caso la ofrenda fue para este pequeño buda con su pequeño corazón en el pecho. A ver si da resultado.
Después de abandonar el Templo Daisho-in nos fuimos por unos caminos de tierra hasta los parques de Fujinotana y Momijidani. Sabíamos que desde estos parques se podía disfrutar de unas bonitas vista panorámicas de Miyajima, el Ootorii y de Miyajimaguchiue justo en frente. Un bonito paseo a través de los muchos senderos existentes en la isla.
Y tras tener cubiertas las necesidades espirituales, paisajísticas y culturales, ahora tocaba cubrir y atender otras necesidades más mundanas como el hambre que nos azuzaba. En este caso, para esas necesidades, las calles que llevan del Santuario Itsukushima hasta el embarcadero son ideales para satisfacerlas de una forma variada. Y empezamos con el "tapeo" por las calles de Miyajima, comenzando por las ostras hechas a la parrilla de carbón en esta ocasión....suculentas. Más tarde pudimos verlas gratinadas e igual de suculentas.
Otra oferta culinaria a la que sucumbimos. En esta ocasión se trató de un pan de curry que también iba relleno de ostras y cuya combinación nos sorprendió. Cada unidad costaba 400 yenes. Estaba estupendo y disfrutamos de cada bocado perseguidos en todo momento por un par de ciervos que nos seguían mendigando unas migajas.
Estos pinchos elaborados a la brasa estaban hechos de distintas carnes aderezadas o adobadas con diferentes especies. Bien doraditos eran como golosinas cárnicas.
La pastas típicas que se elaboran en Miyahima. Pudimos ver las máquinas donde las elaboraban a través de los cristales del obrador. Como no somos nada golosos las probamos más que nada para ver que tal y en honor a la verdad estaban bastante buenas.
La cesta de mandarinas a razón de 648 yenes. Amablemente las vendedoras nos ofrecieron algunas para probar y estaban muy buenas y muy dulces. Al ser tan pequeñitas se comen con piel ya que es muy fina. Y éste fue nuestro camino final en Miyajima, el ferry nos esperaba en el muelle.
A punto de montar en el tren camino de Hiroshima. Un día inolvidable de nuevo en el que cumplimos otros sueño que es conocer la Isla de Miyajima y su maravilloso torii bermellón, color que ahuyenta los malos espíritus. Por cierto que la isla verdaderamente se llama como el santuario, o sea, la Isla Itsukushima, aunque todo el mundo la conoce como la Isla Miyajima.
2 comentarios :
Un artículo excelente, como nos tienes acostumbrados. Sorprendente ese santuario flotando sobre las aguas; parece algo mágico!!!
Enhorabuena, ciudadano viajero...en otro lado te lo he dicho, no sé si odiarte o envidiarte jajajaja
Tienes que poner Japón en la parrilla de salida de los próximos viajes José Manuel. Estoy seguro que regresarías encantado...es tan distinto al resto de Asia. Gracias por tus palabras
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