lunes, 29 de noviembre de 2010

Capri. De como sucumbir a su belleza

A pesar de haber estado anteriormente en dos ocasiones en Nápoles, el hecho de haberla visitado durante unas horas en escala de crucero, no nos había permitido conocer uno de los iconos turísticos internacionales por excelencia de esta zona, y diría que de toda Italia. Y no es otro que la Isla de Capri, frente a la península sorrentina  . Pero lo curioso es que esa fama no es reciente, ya que viene desde los tiempos del Imperio Romano. El emperador Tiberio mandó construir una villa para alejarse de la política de Roma y pasar allí sus últimos años de vida (muy sabio el tal Tiberio...me refiero a alejarse de la política, y además con muy buen gusto). Y ya a mediados de los años  cincuenta,  personalidades como Brigitte Bardot, María Callas, Ava Gadner o Jacqueline Kennedy se fijaron en este paraiso y le colocaron como destino de la jet-set internacional. Quizás estas divas fueron las que pusieron de moda las sandalias caprenses, o los pantalones cortos marineros y blusas inmaculadamente blancas. Ese "look" aún ocupa hoy en día los escaparates de algunas pequeñas tiendas de moda. 



Como queríamos pasar el día completo en esta isla para poder ver lo más posible, desembarcamos muy pronto del Constellation y rápidamente nos dirigimos a tomar el barco trasbordador que nos llevaría a Capri. En menos de una hora, y tras atravesar la Bahía de Nápoles, el barco nos dejó en la Marina Grande y a paso ligero, o trote cochinero como dirían algunos, fuimos al funicular en la Plazoleta Vittoria, para intentar adelantarnos al resto del pasaje del trasbordador de Nápoles. Y menos mal que nos adelantamos a la mayoría, porque de todas formas nos tragamos más de media hora de colas. A medida que íbamos ascendiendo por la vía se iba abriendo un paisaje espectacular que acabaría de culminar en la parte alta, una vez que abandonamos el funicular, y esa perspectiva que nos ofreció el mirador por primera vez fue sencillamente inolvidable.


Y justo a dos pasos del mirador, La Piazzeta, con el Palazzo del Arzobispado y la iglesia de San Stefano, ocupada por terrazas y hordas de turistas, y en la que es realmente difícil moverse por ella. No quiero ni pensar lo que tiene que ser Capri en temporada alta turística. Así que viendo lo visto, decidimos escabullirnos por los pasadizos y las retorcidas callejuelas en busca de tranquilidad y de las bellísimas villas, tan famosas en esta isla. A lo largo de la Via Sopramonte están muchas de ellas, escondidas tras los árboles y la abundante vegetación, y por ella transitan vecinos de Capri, cargados con las bolsas de la compra, subiendo por las empinadas y empedradas cuestas. Sin duda deben de tener las piernas fuertes y en forma. Esta larga calle nos llevó hasta San Michele della Croce, y desde su posición elevada con respecto a la ciudad de Capri, nos brindó una panorámica de la ciudad con el Castiglione al fondo y unas preciosas vistas de la parte sur de la isla.


Capri es sencilla de visitar y sus trayectos no son largos, y unido al hecho de que está prohibida la circulación de vehículos a motor, los recorridos por sus calles son muy agradables. Eso si, hay que tener unas buenas piernas para superar sus constantes cuestas. Aunque a veces la recompensa es enorme. Después de bordear la parte baja de la ciudad, dimos con la Via Castello, una larga y estrecha calle ascendente que desemboca en el Belvedere Cannone. Las vistas que pudimos contemplar desde allí nos dejó sin palabras. Desde este mirador encaramado en lo alto de un acantilado, se extendía a nuestros pies una increíble alfombra azul, casi irreal, con los barcos que trasladan a los visitantes, a la Grotta dell Arsenale y la Grotta Oscura, anclados sobre ella. Al fondo, surgiendo de las aguas del Mediterráneo, el Scoglio Unghia Marina, unas islitas separadas por un estrecho canal por el que navegan las embarcaciones. No me cansé de tirar fotos, fue un auténtico regalo para nuestros ojos.






La parte final de nuestra visita a esta maravillosa isla, la dedicamos a callejear por el pueblo, a perdernos entre sus encantadores rincones, entre sus tiendas de diseñadores internacionales, de artesanía y productos típicos, de restaurantes cuyas paredes están repletas de fotografías de actores, cantantes y diversas celebridades de la jet-set, y que utilizan como reclamo para turistas, y como no, de sus cafés, con recogidas y coquetas terrazas y donde pudimos saborear unos riquísimos capuccinos , aunque por el precio que pagamos debían de estar espolvoreados con trufa blanca en vez de cacao. Pero bueno, no pasa nada, al fin y al cabo sólo sucumbimos a eso y a unas cositas más, como unas artesanas sandalias caprenses de cuero, tan típicas de la Isla de Capri, y al final nuestra cartera no regresó a Nápoles vacía del todo.



Ya de regreso a la Marina Grande, y mientras esperábamos al barco que nos llevara de vuelta a Nápoles, paseamos entre los yates amarrados en el puerto y repasamos lo que había dado de si nuestra visita a la isla. Lo que más nos había sorprendido es el tremendo contraste que existe entre Capri y Nápoles. Tan sólo separadas por unas cuantas millas marinas, pasas del caos circulatorio, cierta suciedad y las atestadas barriadas de Nápoles a la tranquilidad a poco que te alejes de la Piazzeta, la superficialidad del lujo, sus aguas color cobalto, jardines florales y limoneros y la luz inigualable de Capri, viejas villas escondidas en las que nos imaginábamos pasando largas temporadas disfrutando del sol y la luz del Mar Tirreno. En las calles principales, donde se mueven ríos de gentes, todo gira entorno a las marcas de lujo internacionales, hoteles boutique con precios prohibitivos, restaurantes exclusivos, pero por la pequeñas calles es sencillo reencontrar el viejo encanto de antaño de Capri. Y en cierta forma nos gustó encontrarnos con esos contrastes. La única gran pena que nos hemos traído ha sido no poder entrar en la Grutal Azul, ya que el mar de fondo impedía el acceso al interior de las barcas. Se que es un gran pecado, pero estoy dispuesto a redimirme. Nos quedará como asignatura pendiente en una futura visita.


Puerto de la Marina Grande


Vistas desde Sopramonte con el Castello al fondo


Pequeñas iglesias en rincones recoletos


Los restaurantes exponen las fotografías de sus ilustres comensales


No todos los clientes de los comercios son turistas


Villa Pompeiana


San Stefano


La famosa Piazzeta de Capri


Yates atracados en Marina Grande

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