Tras un largo periplo de aviones y aeropuertos llegamos sanos y salvos al aeropuerto de Denpasar en Bali. Con la noche ya cerrada tomamos un taxi en el mismo aeropuerto para que nos llevara hasta nuestro hotel en Legian, justo a continuación de Kuta. Estábamos demasiado cansados para salir a buscar uno y empezar a negociar el precio con él. Y ya desde el primer momento empezamos a toparnos con una de las cosas que más nos sorprendió de este largo viaje por Indonesia. Si bien la mayoría de la gente en Bali es bastante encantadora, desde luego los que se dedican al turismo son, en una gran parte, unos caraduras como pocas veces hemos visto en ningún país. En el aeropuerto las tarifas de taxi son fijas y están expuestas públicamente, pero a pesar de ello ya nos querían cobrar más del doble, así que tras unos minutos de discusión con el tipo del mostrador no me quedó más remedio que llevarlo hasta el cartel y casi estampar su cara en él, mostrando con mi mano la tarifa a Legian. Episodios parecidos nos pasó días más tarde en el Templo Madre con los entradas, en el Pura Uluwatu y algunos otros. Nada alarmante pero hay que estar alerta con los caraduras. Curiosamente ésto sólo se nos dio en Bali, mayoritariamente hinduista. En el resto de Indonesia de mayoría musulmana no tuvimos ningún problema.
He comenzado el relato de nuestro viaje por Indonesia con los caraduras que intentan exprimir al turista porque nos ocurrió nada más poner un pie en ella como quien dice, pero tampoco hay que darle más importancia que la que realmente tiene. Tras dormir el sueño de los tiempos en nuestro hotel -el hotel Swiss-Belinn Legian- negociamos el alquiler de una moto en un negocio justo frente al mismo hotel. Y con la libertad que nos daba una moto nos pusimos en camino hacia el sur de la isla en busca de uno de los templos famosos de Bali. Un apunte. Es absolutamente imprescindible sacar el carnet de conducir internacional para poder conducir en Bali. La policía es bastante corrupta y desde luego no hay que darla excusas o motivos para que te puedan extorsionar las más de las veces, o bien multar las menos de ellas. Al margen de ésto, la carretera que discurre hasta el Templo de Uluwatu es una pasada para recorrerla en moto, lo disfruté como pocas veces, aunque la aventura no estuvo exenta de cierta tensión debido a la densa circulación en momentos y a la tensión y expectación cuando divisábamos en la carretera una comisaría de policía. Ahí es donde suelen establecer controles a extranjeros cuando no están sesteando en las garitas.
El templo de Pura Uluwatu fue construido alrededor del siglo X para que sirviera de protección de toda la isla de Bali. Se encuentra sobre uno de los salientes de los acantilados que caen abruptamente sobre el Océano Índico, y como casi todo en Bali, hay que pagar para poder acceder a él, 20.500 rupias (1.5 euros). A lo largo de los acantilados discurre un largo paseo que nos ofreció unas vistas espectaculares del océano y también del Pura Uluwatu en la distancia. Es un rincón de la isla verdaderamente precioso. El paseo suele estar amenizado con vendedoras ambulantes que ofrecen al turista pequeñas joyas de abalorios elaboradas artesanalmente por sus ancianas manos.
Pero no sólo el Uluwatu es bello. Lo que encumbra a este pequeño templo a ser uno de los preferidos por los balineses también tiene mucho que ver con el idílico entorno del que está rodeado. Sus acantilados, el océano abierto, las olas que baten sobre las rocas y la puesta de sol hacen de este lugar algo mágico que atrapa el espíritu. No es de extrañar por tanto que en su interior viva el dios hindú de la naturaleza, Batara Rudra. Una cosa importante. Los carteles que hay en el recinto lo advierten y no es cachondeo precisamente. En los acantilados, alrededor del templo de Pura Uluwatu, viven gran número de monos macacos y hay que ser precavido con las cosas personales porque son unos auténticos ladrones. Mucho cuidado con las gafas de sol y con las chanclas con flores de plástico u otros objetos brillantes o coloridos porque fuimos testigos de varios robos, alguno cometido por un gran macho con violencia inusitada hacia una turista asiática a la que la arrancó del pie -literalmente- la sandalia, para más tarde destrozar la flor que la adornaba y la propia sandalia a mordiscos.
Tras visitar el bonito Templo Uluwatu y los acantilados de la parte más meridional de la Isla de Bali nos fuimos hasta el aparcamiento donde teníamos estacionada nuestra moto. El agradable aroma que desprendían unos chiringuitos que estaban en el mismo aparcamiento nos despertó el apetito, así que nos sentamos en una de sus mesas y disfrutamos de un típico, casero y sobre todo económico menú a base de arroz, una rica sopa picante y cerdo asado, todo por 65.000 rupias (4,5 euros). Un ganado descanso antes de continuar hasta nuestra siguiente parada, las playas de Jimbaran.
Llegamos a Jimbaran por la tarde. Como todavía quedaban unas horas de sol alquilamos unas hamacas para estar cómodos y disfrutar de un momento playero. Más tarde, cuando el sol fue poco a poco cayendo, los pescadores locales comenzaron a botar las barcas para ir en busca de su sustento diario pescando por la noche con ayuda de potentes focos. Mientras, otras pequeñas embarcaciones ya habían regresado a la playa después de una jornada de pesca y sus capturas se llevaban a los numerosos restaurantes de la playa de Jimbaran. Algunas de esas capturas serían nuestra cena más tarde.
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El atardecer en la playa de Jimbaran es realmente bello. Los rayos de sol incidiendo sobre las transparentes aguas, la gente paseando por la orilla, jóvenes surferos cabalgando las olas y las últimas barcas de pesca siendo botadas por los pescadores crearon una escena difícil de olvidar. En esos momentos por fin la temperatura nos daba una tregua y se estaba de vicio, cómodamente reclinados en nuestras tumbonas mientras disfrutábamos del espectáculo.
Una vez el sol se escondió, y aún con la luz residual de ambiente, un pequeño ejército de camareros y porteadores procedentes de los diferentes restaurantes de la playa de Jimbaran comenzaron a desplegar decenas de mesas y sillas sobre la arena de la playa hasta llegar a ocupar la misma orilla. Todo un espectáculo contemplar como a la vez que se plantaban las mesas éstas se iban ocupando casi a la vez. Mientras en la orilla, los vendedores de mazorcas se situaban en sus lugares y comenzaban a asarlas y servirlas con diferentes acompañamientos.
Y ya con nuestra mesa ocupada, a la luz de las velas y con unas heladas cervezas locales Bintang, disfrutamos de las últimas luces de aquel maravilloso día, justo antes de que nos sirvieran una sabrosa cena.
Aquella noche pedimos un calmar fresco de un kilogramo de peso que iba salteado y aderezado con multitud de elementos, la mayoría difícilmente identificables, y que estaba verdaderamente sabroso aunque moderadamente picante. Y también un mahi mahi, un jugoso pescado blanco que ya tuvimos ocasión de probar cuando estuvimos en las islas de Hawaii, y que junto a un gran cesto de arroz blanco completó el festín que nos pegamos aquella noche de Jimbaran. Muy chulo quedaron los platos servidos en hojas de banano, y además todo nos salió por 300.000 rupias (unos 20 euros).
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