martes, 23 de septiembre de 2014

Isla de los Pinos; recorriendo la Bahía de St-Maurice



Una vez visitada la pequeña población de Vao teníamos que decidir si esperar a que regresara el expatriado francés con su destartalado Renault Twingo o bien intentar buscar otro medio alternativo para continuar visitando la Isla de los Pinos. De todas formas regresar con él significaba que volvíamos a la zona del barco de nuevo, corriendo el riesgo de que no tuviéramos ningún medio de transporte para seguir conociendo la preciosa isla. Así que a una de nuestras amigas argentinas se le ocurrió parar a uno de los habitantes locales que estaba con su Peugeot en la plaza de la Iglesia de Vao y pedirle si quería hacer de guía improvisado para nosotros. A esas alturas yo me había acercado a la ventanilla del sorprendido conductor que  no sabía muy bien que contestación darnos, entre otras cosas porque sólo hablaba un peculiar francés, aunque para entonces ya se había incorporado el espabilado de la isla que hacía de intérprete y al que aconsejaba qué debía cobrarnos. Al final llegamos a un acuerdo económico auspiciado por el listillo al que conocíamos de la zona del desembarque del Oosterdam, y que no nos generó buenas vibraciones. El caso es que ya estábamos los cuatro sentados en el revuelto interior del Peugeot 206 ante la incredulidad de nuestro guía ocasional. Y aunque reconozco que el comienzo fue difícil para él, tengo que decir que al final de nuestro contacto de cuatro horas (o más, no lo recuerdo exactamente) por todas las bahías de la Isla de los Pinos, a la que además circundamos en todo su perímetro, estoy convencido que se va a replantear su futuro profesional  y complementar los ingresos de sus plantaciones con los de guía turístico ocasional.



La primera parada que hicimos fue en la Bahía de St-Maurice. Si  presentáramos en imágenes al mundo a la Isla de los Pinos, sin duda la Bahía de St-Maurice sería elegida para una de esas postales. En la playa de St-Maurice se levanta este memorial en el lugar donde a mediados del siglo XIX llegaron los primeros misioneros a la Isla de los Pinos para comenzar con su labor evangelizadora. Una escultura del Sagrado Corazón de Jesús se alza sobre un monolito con una placa que recuerda los caídos en la Primera Guerra Mundial, y todo el conjunto queda rodeado por los tradicionales tótem de la isla que otorga al lugar un áurea especial y espiritual. Y es que la gente de Nueva Caledonia posee muy arraigada su ancestral espiritualidad. 


Si en algún lugar de la isla resulta más espectacular el azul turquesa sin duda es en la Bahía de St-Maurice. Parece algo irreal, con los esbeltos pinos columnares sobresaliendo como afiladas lanzas sobre el resto de la vegetación, y las trazas de color blanco que el viento levanta en la superficie de la bahía....un espectáculo visual.


Las lanchas quedan varadas en la bajamar de la playa de St-Maurice.

Detalles de las tallas de los tótem. Resultan muy vistosos y exóticos en tan privilegiado entorno





Después de la visita a la Bahía de St-Maurice nos fuimos a ver una aldea cuya principal actividad es la pesca, que además complementan con la construcción de pequeñas embarcaciones de vela. Allí mismo pudimos comprobar varios procesos de construcción de algunas de ellas ayudados por las explicaciones de nuestro guía particular, en francés claro, así que la mímica fue la mayor fuente de información. 




El proceso de construcción en si no parecía resultar demasiado complicado. Un gran tronco, cuya idoneidad es determinada en función de diferentes parámetros, es ahuecado en su totalidad por uno de sus lados, y una vez completado el proceso se le incorpora una tapa y su interior queda completamente estanco con una especie de brea que le aplican, ayudando a la flotabilidad. Más tarde se le incorpora un mástil de madera con su aparejo de velas y un patín lateral a modo de catamarán que le otorga una mayor estabilidad. Embarcaciones típicas de la Isla de los Pinos e historia de la arquitectura naval milenaria allí mismo, en vivo y en directo. Abajo aparece nuestro nuevo amigo aún algo tímido y confundido por su nuevo papel de guía. Más adelante ya lo empezó a disfrutar mucho, diría que muchísimo.






En el bosque junto al playa los troncos elegidos aguardan secando bajo el calor tropical a que llegue el momento más idóneo para convertirse en nuevas embarcaciones. De hecho en los alrededores ya había algunos troncos con la estructura que sirve de cubierta ya fijada sobre los mismos, a falta solamente del básico y rudimentario aparejo de cubierta necesario para fijar el mástil, escotas, cabuyería y demás elementos imprescindibles.


Aquí la gente parece vivir despreocupada, libre de ataduras. Parece que disfruta del presente, del instante, de las cosas sencillas de la vida, de los paisajes, de la naturaleza, del viento golpeando en la cara. Parecen libres, tanto que despliegan sus brazos como queriendo volar, queriendo despegar. Parece como si todo el día se mantuvieran ocupados en la más sencilla, y a la vez complicada, tarea en la vida....¡Vivir!


Podría acostumbrarme a esta vida en la Isla de los Pinos

La "Marie Felixia", una antigua lancha utilizada en la pesca y envejecida por los largos años bajo el intenso sol tropical. Su estructura de poliéster y su antiguo motor Yamaha aún prestan servicio en este rincón del Pacífico Sur.


Las artes de pesca tendidas al sol, justo como sus propietarios en los días más calurosos. Pero debíamos ponernos en marcha nuevamente. Aún quedaban muchas maravillas por conocer de esta maravillosa isla, de sus cercanas y amigables gentes y también un pasado algo turbio.



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