martes, 25 de enero de 2011

Bratislava; una capital de contrastes




Aprovechando nuestra larga estancia en Viena, dedicamos uno de los días a visitar la pequeña capital de la República Eslovaca, Bratislava. Situada a doce kilómetros de la frontera con Austria, y a escasos cincuenta minutos en coche de Viena, esta encantadora ciudad nos transportó a un viaje en el tiempo. Al igual que en otras muchas ciudades del mundo, un río divide en dos partes la ciudad, en este caso el Río Danubio, pero también divide algo más. Separa dos mundos, dos historias diferentes, dos paisajes contrapuestos. Por una parte en una de sus riveras, el recogido y encantador casco histórico, lleno de belleza y monumentos históricos que nos transportarán a gloriosas épocas pasadas de la ciudad, y en la otra las construcciones “mastodónticas” y los antiestéticos barrios poblados de bloques de apartamentos, herencia del reciente pasado comunista del país.


Salimos temprano de nuestro hotel en Viena, en busca de la frontera con Eslovaquia, en el que resultaría ser uno de los días más calurosos de todo nuestro viaje por Europa. El breve trayecto por la estupenda y semivacía autopista que une ambas capitales, transcurrió por paisajes de llanuras, campos labrados y regiones viticultoras, y que disfrutamos a tope con el coche descapotado, con la melena al viento como suele decirse y percibiendo los aromas de los campos circundantes. Casi sin darnos cuenta nos habíamos plantado en la frontera, con la visión al fondo del Castillo de Bratislava, y una seria, fría, seca y rubia eslovaca nos despachó la viñeta para que pudiéramos circular por la autopista hacia Bratislava. Pues estamos apañados, pensé. Como todos los eslovacos sean como esta “dicharachera” señorita, me parece que nos vamos a divertir. Afortunadamente fue la excepción y nuestra pequeña experiencia con la gente de la ciudad fue muy positiva y siempre nos atendieron con amabilidad y corrección. La entrada a la ciudad fue un poco impactante. Las avenidas lineales, y los enormes y cuadrados bloques de apartamentos de hormigón, nos recordaron a los barrios del extrarradio de San Petersburgo, con algunos coches Lada y Trabant aparcados en los alrededores. Pero enseguida se abrió ante nosotros la visión del majestuoso Castillo de Bratislava, y el precioso casco histórico, en el momento que cruzamos uno de sus modernos puentes sobre el río Danubio. En uno de los semáforos aprovechamos para capotar el coche, ya que el sol empezaba a apretar y nos hacía presagiar un axfisiante día de calor, para más tarde dirigirnos a uno de los aparcamientos del centro de la ciudad.


Lo primero que hicimos fue pasarnos por la oficina de turismo para recavar algo más de información. Una vez allí comenzamos a explorar el casco antiguo, empezando por el Palacio Primacial, antigua residencia del Arzobispo de Esztergom, y que es el ejemplo más representativo de la arquitectura clásica en Eslovaquia. Desde la plaza donde se encuentra el palacio es posible contemplar la parte de atrás del tejado multicolor del antiguo Ayuntamiento de Bratislava, compuesto de varios edificios y estilos. A él se accede a través de unas estrechas calles que desembocan en la Plaza Principal, muy animada con puestos de mercadillo y terrazas de bares y cafés, y donde está la fuente más antigua de la ciudad, La fuente de Maximilian. También se alza en la plaza un precioso edificio en estilo art noveau y el palacio que alberga la embajada francesa, con lo que el conjunto forma una curiosa y encantadora mezcla de estilos. Fue un lugar perfecto donde degustar un buen café helado y disfrutar de las vistas bajo el resguardo de los toldos. Por cierto que los precios en Bratislava son sensiblemente más baratos que en el resto de la Europa Occidental, y puedes disfrutar de unos ricos helados por cincuenta céntimos, comer abundantemente por poco más de diez euros, tomarte un enorme café con su nata y bola de helado por poco más de un euro y refrescarte con unas cervezas sin que se te seque la cartera.



Continuamos por las animadas calles adyacentes a la Plaza Principal, curioseando los escaparates de los abundantes comercios de artesanía hasta llegar a torre de la Puerta de San Miguel, donde se encuentra la calle más estrecha del casco medieval , en la que no hay que perderse una curiosa tienda subterránea de quesos típicos de la zona, cuyo olor puede llegar a marear hasta a los más apasionados e incondicionales de este producto lácteo. En el paseo no puedes dejar de mirar la preciosa arquitectura de esta parte, las calles empedradas y el rococó Palacio Mirbach, en cuyo interior se exponen obras de artistas barrocos. Estas calles esconden también galerías de arte, tabernas y edificios renacentistas con acogedores patios, y cuyo paseo por ellas nos resultó de lo más agradable. La Iglesia de los Trinitarios, la Gran Iglesia Evangelista y el Monasterio e Iglesia Franciscana, la más antigua de la capital, son otras de las edificaciones que encontramos en nuestro paseo por la circunvalación del casco antiguo de Bratislava. Y continuando por los restos que quedan de las antiguas murallas de la ciudad, llegamos a la Catedral de San Martín, en el borde del casco histórico y bajo la Colina del Castillo. Una iglesia con mil y una transformaciones a lo largo de los siglos, y para no variar la costumbre, en proceso de restauración y andamiada parcialmente. Así que me tocó experimentar posturas imposibles para intentar evitar el antiestético andamiaje en las fotografías.



Lamentablemente el tiempo iba pasando, y aún nos restaba visitar el Castillo de Bratislava en lo alto de la colina, y una de las cosa que más nos ha gustado de esta preciosa ciudad, su peculiar arquitectura. A medida que íbamos paseando en dirección al Danubio, fuimos descubriendo algunas esculturas en bronce cuanto menos curiosas. Se trata de personas normales en diferentes situaciones, tales como un paparazzi capturando una imagen furtiva desde una esquina o un obrero asomando su cabeza por una alcantarilla. Y los edificios ... pocas ciudades hemos conocido con tal número de edificaciones de estilo ecléctico y art noveau, tanto de viviendas, como religiosos, o que albergan hoteles o museos en su interiores. El Reduta, edificio ecléctico sede de la filarmónica eslovaca, el barroco Teatro Nacional de Eslovaquia o el museo del reloj. Pero una de las cosas que más nos sorprendió fue la Iglesia Azul. Verdaderamente es difícil describirla, parece hecha de azúcar, nata y caramelo. No sabría muy bien cómo calificar esta iglesia de principios del siglo XX, pero desde luego es una visita obligada. No existe mejor forma de estimular los sentidos. De ahí fuimos a recoger el coche al aparcamiento para subir a la Colina del Castillo. Nuestros cuerpos, suficientemente castigados por el calor, no aguantaban una nueva caminata por las cuestas que acceden a la fortaleza. El blanco, blanquísimo Castillo de Bratislava está levantado en una colina que domina toda la ciudad y que nos ofreció unas bonitas vistas panorámicas de la misma. Desde sus miradores pudimos ver el curso del Río Danubio y la perspectiva de todos los puentes alineados, con el moderno Novy Most (o puente nuevo) y su restaurante mirador en primer término. El Castillo, que fue destruido por un incendio y reconstruido posteriormente, alberga en su interior el Museo Nacional de Eslovaquia, y con sus cuatro torreones es el símbolo más reconocible de Bratislava. Pero había llegado el momento de dejar atrás esta ciudad. A pesar de que la tarde estaba ya muy avanzada, el sol seguía apretando de lo lindo, y Ceci estaba buscando por los rincones la más mínima sombra. Así que regresamos a Viena para hacer una visita nocturna a una animadísima zona de las afueras de la capital austriaca, y posteriormente cenar en ella. Pero eso es otra historia que ya contaré.



Bratislava nos ha cautivado. Una pequeña capital donde la vida se vive sin prisas, pausadamente y que presenta dos caras totalmente diferenciadas separadas por el Danubio; por una parte los bloques y construcciones de hormigón de la época comunista (que ejerce de ciudad dormitorio) y en la orilla opuesta el encantador casco histórico, mezcla de épocas y estilos. Y entre medias los modernos puentes que unen ambas realidades. Un destino bastante desconocido para el europeo occidental, ideal para pasar un asequible e inolvidable fin de semana, y con el encanto que quizás le confiere estar fuera de la mayoría de las rutas turísticas. Algo difícil de encontrar hoy en día.

Diferentes estilos arqutectónicos pueblan la ciudad









Imágenes de la original Iglesia Azul

 
 








Paisaje de bloques de hormigón de la época comunista en la orilla sur

0 comentarios :

Publicar un comentario