lunes, 24 de abril de 2017

Yogyakarta; de los sultanes a las playas del Índico


Aún disponíamos de otro día completo para gastar en Yogyakarta antes de tener que volar al día siguiente a Kuala Lumpur y dar por finalizado nuestro increíble viaje por Indonesia. Esta vez decidimos dedicar la mañana a dar una vuelta por la ciudad, cuna de la civilización en Java y conocer algunos de los lugares más turísticos de la misma y con suerte ver algún mercado local. Y para moverse lo mejor sin duda es una moto. Alquilamos la moto del dueño del hotel donde nos alojábamos, un simpático expatriado francés que llevaba residiendo en Yogyakarta 35 años y, de hecho, ya no era francés ya que había sido el primer europeo en obtener el pasaporte de Indonesia. En fin, que con la moto en nuestro poder nos dirigimos al monumento más famoso de Yogya, el Palacio del Sultán


El Palacio del Sultán, también llamado Kraton o Karaton, es un importante complejo de edificaciones que reflejaban el buen hacer y gusto de los javaneses. Su arquitectura propiamente javanesa es verdaderamente única y no hay otro ejemplo igual en la isla. Su construcción data de finales del siglo XVIII y en ella se incluyeron patios interiores con árboles y pabellones sutilmente decorados. Está situado en pleno centro de la ciudad de Yogyakarta y pagamos por entrar 13.500 rupias cada uno.




Pasear por sus estancias interiores no es como visitar un museo. Si bien es cierto que algún pabellón es utilizado para exponer conjuntos artísticos de fotografías u objetos, la mayoría continúan poseyendo los muebles y salas donde recibe el sultán o los objetos decorativos que siempre adornaron paredes y estancias. La visita por el Kratón nos reveló la sutileza de la cultura javanesa en los detalles, la delicadeza en la decoración y el amor por las artes, sobre todo las musicales, a la que se dedica un gran pabellón techado y sin paredes. Parece importante la orientación con la que se construyó este conjunto de edificios que forman el Kratón, y que no es casualidad que se orientara al norte al Volcán Merapi y al sur a la inmensidad del Océano Índico. Algunos de los techos de los pabellones poseen formidables artesonados dorados bella y profusamente decorados realizados con mucha delicadeza. Pudimos disfrutar de un concierto de música tradicional javanesa que me encandiló por completo. 


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Hoy el Palacio del Sultán es un pedazo de la historia javanesa y la de sus gobernantes. Aquí las tradiciones se perpetúan para que no se olviden y parece como si  el tiempo se hubiera detenido en algún instante del pasado. Es habitual la celebración de funciones culturales o ceremoniales alrededor de la corte del sultán, y continúa siendo residencia del sultán. Según nos contaron, por las tardes una vez que se cierra al público las visitas del Kratón, las mujeres vestidas con traje tradicional rocían con agua y flores los pilares y encienden incienso para limpiar de malos espíritus las estancias del Kratón. Es recomendable visitarlo a primera hora de la mañana para evitar los grupos organizados y la afluencia excesiva de visitantes, y tener en cuenta que no abre al público por las tardes. La fotografía bajo estas líneas refleja el interior del pabellón que guarda los magníficos instrumentos musicales de los que sale ese sonido tan especial característico de Java.


Cuando acabamos de explorar el Palacio del Sultán nos montamos en la moto en busca de la arteria comercial más famosa de la ciudad, la calle Malioboro. No estaba lejos el Kratón pero las obras en las calles aledañas al Palacio y que mantenía calles cortadas nos complicó la existencia entre el denso tráfico de Yogya. Pasamos por Alun Alun, la gran plaza abierta al sur del Kratón en al menos tres ocasiones, parecía que no saldríamos nunca de ese círculo vicioso, ya nos miraba hasta la policía. Supongo que se preguntarían que hacen estos dos "blanquitos" en moto dando vueltas por la plaza una y otra vez. Y hablando de Alun Alun, en esta popular plaza se reúnen los locales al caer el sol en busca de esparcimiento y para cenar en el mercado de comida callejera que establece todos los días. Pero al final conseguimos nuestro objetivo....llegar a la calle Malioboro.


Dejamos la moto en el principio de la calle en un aparcamiento con decenas de ellas. Allí tuvimos que pagar por dejarla en la calle -algo bastante habitual en Indonesia- y nos dieron un tícket  para recuperar la moto más tarde. La calle Malioboro esta repleta de tiendas y tenderetes montados en las aceras donde es posible adquirir gran variedad de textiles a precios asequibles, sobre todo camisetas de todo tipo, y otros objetos de recuerdo. Recorrimos parte de su longitud curioseando por los puestos y entrando de vez en cuando en algún comercio. Al principio de la calle hay un comercio de tres plantas en el que puedes encontrar casi de todo. Desde tallas de madera a objetos de decoración, de lámparas a mobiliario auxiliar delicadamente tallado, de camisetas serigrafiadas con motivos de Yogya  a cientos de batik diferentes...en fin, lo que se quiera. Entre los puestos de ropa se intercalan otros con comidas locales, frutas, etc... Habíamos leído previamente sobre la famosa calle Malioboro  -verdadera arteria comercial de la ciudad- antes de viajar a Yogyakarta, aunque al final no nos pareció nada del otro mundo.




Después de comer quisimos ir al sur de Yogyakarta. No nos queríamos ir de la ciudad sin conocer las playas del Índico que se extienden a lo largo de la costa sur de la Isla de Java. Allí pudimos ver a la gente local disfrutando de las oscuras arenas volcánicas, de su embravecido océano y de todo tipo de entretenimientos, desde quads a paseos en carruajes, volar cometas, disfrutar de aperitivos  que llegan motorizados o paseos a caballo entre otros.


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Llegamos a Pantai Parangtritis - pantai significa playa en indonesio-  a través de la carretera que une la costa con el centro de Yogyakarta. Llegar hasta las localidades costeras es fácil, la carretera está bien asfaltada y los casi 30 kilómetros que las separan ofrecen bonitos paisajes, aunque la circulación en momentos es bastante densa y hay que prestar atención a las decenas de motos que te acompañan en la carretera y sobre todo a los cruces. Nos sorprendieron varias cosas al llegar a la playa. La primera que éramos los únicos occidentales que pululaban por la zona. La segunda cosa sorprendente es la multitud de actividades que los indonesios hacen en la playa y la gran cantidad de vehículos a motor en la propia playa. Y por último el propio emplazamiento de la playa rodeada de acantilados que morían en el océano. Un Océano Índico que por otra parte lucía imponente con olas que me inspiraban gran respeto.




Al caer el sol la Playa de Parangtritis nos regaló bellos momentos de contraluz y pudimos disfrutar por un tiempo de un descanso del sofocante bochorno de Yogyakarta. Bordeando la playa se reparten un buen número de restaurantes que sirven pescados y mariscos con un gran ambiente local. Además esta playa es especial ya que se la considera un lugar sagrado. Parece ser que dice la leyenda que a la Reina de los Mares del Sur conocida como Kanjeng Ratu Kidul no le gusta dar la bienvenida a los visitantes. Los javaneses cuando vienen a la playa no visten colores verdes o verdes amarillentos porque dicen que éstos atraen a la Reina y ellos quieren pasar desapercibidos. Y yo que soy muy "guay" iba vestido con una camiseta color verde pistacho..."pa matarme". Así que hice bien en no meterme al agua.




Fue todo un acierto tomarnos esta excursión a las playas. salimos un poco del caos circulatorio de Yogyakarta y respiramos aire fresco y marino. Cuando se hizo de noche comenzamos el regreso a la ciudad. La carretera no dispone prácticamente de iluminación pública, pero las luces de los coches y de las cientos de motocicletas que nos acompañaron ayudaba a ver. La luz que proporcionaba nuestra moto era más bien escasa. Y además siempre te puedes sacar un "selfie" mientras esperas la luz verde del semáforo. Para acabar nuestra última noche en Yogya, repetimos cena en el Restaurante Via Via, uno de los mejores de todo Yogyakarta según tripadvisor, y a tres minutos andando de nuestro hotel. Una cena estupenda por 130.000 rupias. Momento -el de la cena- para valorar este increíble viaje por Indonesia. Sin duda un sobresaliente, un país maravilloso, gentes estupendas -salvo contadas excepciones desagradables en Bali-, paisajes realmente bellos, fondos marinos increíbles, magníficas playas solitarias como las de Lombok o famosas playas llenas de gente y servicios en el sur de Bali, templos milenarios y cultura por doquier, comida sabrosa y precios realmente bajos  ¿Se puede pedir algo más?  SI, sin duda.....regresar cuanto antes.




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