En Normandía, a un salto de piedra de la Bretaña, casi como si fuera un espejismo emergiendo de las aguas del estuario del río Couesnon, se alza majestuoso el Mont Saint Michel. Visible desde muchos kilómetros de distancia este promontorio de roca coronado por la impresionante abadía se ha convertido en uno de los monumentos más visitados de Francia. La fabulosa arquitectura y el lugar elegido por los monjes para levantar esta pequeña cité la han valido también para ser reconocida como Patrimonio Mundial de la Humanidad. Cuando la vistamos nosotros aún se podía acceder en coche hasta ella por la carretera que la unía al continente y dejar éste en uno de sus aparcamientos. Pero poco después se puso en marcha el plan del gobierno para devolver al Mont Saint Michel a su primitivo estado de isla intermareal, y hoy en día se han creado aparcamientos a tres kilómetros con lo que el acceso se hace en transporte gratuito o a pie a través de las nuevas pasarelas. El motivo del cambio es que la carretera antigua, al no permitir el paso del agua por debajo de ella, modificaba los flujos de marea y amenazaba con convertir en praderas los páramos que rodean al Mont Saint Michel.
Difícil contener la satisfacción y la emoción de encontrarse frente al Mont Saint Michel. Ya más de cerca impresiona el tamaño de la abadía y se aprecia las numerosas casas y viviendas intramuros con sus inclinados y grises tejados en unos casos o sus mansardas en otros. Una vez en el interior de los muros pudimos apreciar los ríos de visitantes que fluyen por sus estrechas calles. En algunos recovecos o cuando había un estrechamiento en la calle se hacía francamente complicado el avanzar hacia la cima de la abadía. Son las desventajas de visitar uno de los lugares más concurrido de Francia en pleno agosto, mi recomendación es intentar evitar las fechas altas veraniegas. A cambio en esta época el tiempo suele ser soleado y luminoso y hace resplandecer el Mont Saint Michel.
De cerca se puede apreciar las construcciones de piedra y como los largos y prominentes tejados están orientados hacia el norte y el oeste para dar protección a las viviendas de los crudos inviernos y los grandes temporales procedentes del Atlántico.
La abadía benedictina de Mont Saint Michel da cobijo hoy en día a dos congregaciones de monjas y monjes. Pero eso no quita que una de las construcciones medievales religiosas más espectaculares de Europa mantenga todo el año la animación con conciertos de música clásica y actividades culturales. Me hubiera gustado poder pasear al caer la noche, cuando los numerosos visitantes han abandonado sus estrechas calles y el islote recupera su sosiego y tranquilidad. Pero para eso hay que alojarse en él. Y también me hubiera gustado poder probar en uno de sus restaurantes un buen cordero con denominación de origen de los llamados "de près salés". Estos animales pastan en las campas de hierba que son regadas por el agua de mar que les aporta un sabor único a sus carne, tal como pude ver recientemente en un reportaje de viajes de un canal británico. Pero eso es imposible sin reserva, quedará para una próxima visita al Mont Saint Michel.
Y sin duda otro de los grandes atractivos del Mont Saint Michel son los páramos que las grandes bajamares dejan al descubierto. En esta parte de la costa europea los enormes coeficientes de mareas pueden dar diferencias de más de catorce metros entre la bajamar y la pleamar. Ahora con las nuevas pasarelas la parte más cercana a la abadía queda cubierta por el agua en pleamar, con lo que ahora ya es posible bordear el Mont Saint Michel en barco. Desde la abadía se podía ver grupos de gente paseando por las arenas donde se puede obtener otras perspectivas estupendas del monte.
Nuestra visita al Mont Saint Michel coincidió con la marea baja, así que nos permitió poder bajar a los páramos y pasear por los lodos solidificados sin alejarnos demasiado. En este aspecto conviene saber que no es muy recomendable aventurarse demasiado lejos sin ir de la mano de un guía experimentado, ya que no es extraño encontrarse con zonas de arenas movedizas que son verdaderas trampas muy peligrosas.
Un último vistazo desde el aparcamiento. Mientras íbamos en busca de nuestro coche nos resultó difícil no volver la cabeza hacia la abadía a casi cada paso que dábamos. Había sido una gran experiencia, quizás algo ensombrecida por la gran cantidad de gente que había, pero muy satisfactoria sin duda. Igual en un futuro nos apetecerá volver a visitar el Mont Saint Michel en pleno invierno, y hasta alojarnos en uno de sus pequeños hoteles.....quizás lo hagamos.
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