La siguiente etapa de nuestro viaje por carretera nos adentraba en la Normandía. Esta región del norte de Francia se hizo muy célebre a raíz de los acontecimientos que aquí tuvieron lugar en la Segunda Guerra Mundial con su conocido desembarco, donde los aliados iniciaron la reconquista del continente europeo a las tropas nazis. Pero eso vendrá más adelante, en otras entradas que escribiré. Ahora tocaba el lado más paisajístico y el más lúdico, donde se mezclan pequeños pueblos con playas de piedra, mar y naturaleza. Cunado dejamos las maletas en nuestro hotel-del que hablará al final- nos dirigimos conduciendo por las bonitas y estrechas carreteras secundarias de la Normandía hasta el pequeño pueblo de Étretat. Y una de las cosas que más ganas tenía era la ver con mis propios ojos esos blancos y magníficos acantilados de Étretat. Esas inmensas ganas me entraron hace tiempo cuando en un programa deportivo de televisión pude contemplarlos por primera vez en una de esas locas competiciones que hace la diabólica fábrica de sueños de Red Bull. En aquella ocasión hacían pasar aviones de la Fórmula 1 de los aviones-la Red Bull Air Race- a través de los arcos naturales de los acantilados de Étretat. Una pasada de espectáculo, y yo tenía que verlo aunque fuera sin aviones.