Otro día amanecía en Yangón. Tras desayunar en nuestro hotel hoy tocaba primero ir a visitar el Lago Kandawgyi situado al norte de la zona centro de la ciudad. Pero antes, en el recorrido por las calles hasta el lago, íbamos a poder disfrutar de algunos edificios representativos de la ciudad. Uno de ellos es la peculiar Estación Central de Trenes de Yangón. Construida en el siglo XIX y que fue dañada durante la guerra, y más tarde reconstruida en estilo tradicional birmano que la hace tan vistosa. El interior de la estación destaca por el bullicio de los viajeros que suben y bajan de los trenes, y sobre todo por los paneles de información de horarios completamente ininteligibles escritos en birmano.
La entrada a la estación sirve para avituallarse de agua y comida para los larguísimos trayectos en tren por el país. La infraestructura ferroviaria proviene de la época colonial británica y prácticamente desde entonces no se ha vuelto a realizar ninguna inversión. Tanto vías como catenarias están oxidadas y obsoletas, y no digamos ya sus trenes, algunos de los cuales permanecen olvidados estacionados en vías muertas durmiendo la noche de los tiempos.
Frente al estación en la lejanía se alzaba la Catedral Católica de Santa María. Construida a finales del siglo XIX es la mayor iglesia de Myanmar. Y en los puentes que salvan las vías de tren, entre los humos y la contaminación de los viejos autobuses y los miles de coches que circulan por ellos, es fácil encontrar campesinas vendiendo su cosecha de mandarinas, o bien a mujeres con sus hijos pequeños a cuestas friendo unas bolas empanadas en una pequeña sartén y un infiernillo a gas. Si bien es raro encontrar miseria absoluta en Yangón, ya no lo es tanto cruzarse con gente con vidas, aparentemente, muy duras.
La bonita y vistosa Iglesia de San Antonio se remonta al año 1877. Hoy en día la utiliza y la mantiene en un estado inmaculado la comunidad cristiana tamil de Yangón.
Otras escenas que me siguen sorprendiendo aunque las haya visto en otras ocasiones son las de los obreros de la construcción en países poco desarrollados. Aquí las medidas de seguridad se limitan a uno exiguo casco y un par de guantes (el que los posee). Y funciona la fuerza bruta cargando pesados forjados de acero calzados con unas tristes chanclas.
Una de las mayores decepciones que nos encontramos paseando por las calles de Yangón fueron la gran cantidad de edificios y mansiones coloniales que languidecen ante la indiferencia de todos. Algunos aún habitados como el de la fotografía, otros olvidados apuntando una lenta ruina.
Tras un largo paseo por el centro de Yangón bajo un sol justiciero llegamos al Lago Kandawgyi. Este lago artificial es alimentado por el Lago Inya ubicado al norte de la populosa ciudad a través de una serie de canalizaciones. Está circunvalado por unos frondosos jardines y su carácter lúdico y de recreo se ha reforzado con la instalación junto al lago del zoo de la ciudad y algunos establecimientos de hostelería. Tras buscar una de las entradas al recinto pagamos la entrada al lago (hay que decir que sólo pagan los turistas, como casi todo en Myanmar) y fuimos en busca de uno de los atractivos más llamativos que se encuentra en su interior. La réplica de la barcaza real no pasa inadvertida. Esta enorme embarcación de tamaño descomunal y dorados imposibles nos sorprendió sobre manera, incluso a pesar de haber visto muchas fotografías previas a nuestro viaje a Myanmar.
Este palacio flotante se llama Karaweik y posee varios pisos. Es posible visitar sus interiores, aunque nosotros no lo hicimos, y en su interior hay salas de conferencias y un afamado restaurante donde ya no es tan barato comer en el resto de Yangón. Así todo, y a pesar de la exageración de escala de esta barcaza real, merece la pena pasar un par de horas paseando por sus cuidados paseos y cegarse con el brillante dorado de sus patos y sus estucos. Además es un buen lugar para descansar a la sombra de los árboles.
Parte de los paseos que recorren el Lago Kandawgyi son viejas pasarelas de madera, muchas sobre el agua del lago. Hay que andarse con ojo por donde se pisa pues algunos maderos se encuentran medio podridos por el paso del tiempo, pero resulta una gratificante experiencia cruzarse con la gente de Yangón por los paseos del lago.
Vista de cerca la barcaza real tiene un detalle en los acabados espectacular
Al ser domingo cuando vistamos el Lago Kandawgyi pudimos ver a la gente paseando con sus mejores galas, familias al completo, grupos de monjes budistas huyendo quizás del calor de las horas centrales, adolescentes sacándonos fotos....pero sobre todo muchos paraguas para protegerse del sol. No parece que a los birmanos les guste demasiado la idea de broncearse.
Abandonamos el lago para ir de visita a otra maravillosa pagoda. La Pagoda de Maha Wizaya pudimos verla en la distancia el día anterior ya que se encuentra muy cerca de la magnífica Pagoda de Shwedagon. En realidad esta pagoda es de reciente construcción y y se levantó para conmemorar la unificación del budismo Theravada en el año 1980.
Está unida a la Pagoda de Shwedagon por un puente elevado y presume de los mismos dorados brillantes que caracterizan a todas las pagodas por pequeñas que sean. En su puerta de entrada principal los vendedores ofertan desde souvenirs hasta pequeños pajarillos como mascotas.
De camino a los barrios chino e hindú de Yangón, una de las visitas más vibrantes, bulliciosas e imprescindibles que se puede hacer en la ciudad para tomarla el pulso, nos cruzamos con la Catedral de la Santísima Trinidad, la principal iglesia anglicana en Yangón. Un trocito de Inglaterra en esta parte del sureste asiático.
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