Son las cinco menos cuarto de la madrugada y el despertador suena estruendosamente en la mesilla de noche de nuestro camarote. A esas alturas ya ha amanecido aunque el Queen Mary 2 lleva navegando varias horas en la oscuridad de la noche por el Sognefjorden, o el Fiordo de los Sueños que, con sus 204 kilómetros de longitud, es el fiordo más largo de Noruega. En seguida nos desperezamos y acudimos al privilegiado mirador bajo el puente de mando que nos ofrece unas vistas panorámicas de casi 360 grados. El Queen Mary 2 está a punto de entrar en el fiordo Naeroyfjord, un estrecho brazo de mar Patrimonio de la Humanidad, con cumbres de más de 1200 metros de altitud y estrechos pasos de 250 metros de anchura en los que a veces parece imposible que un barco de estas dimensiones pueda maniobrar y navegar por estas tranquilas aguas. Me pareció simplemente espectacular contemplar la suavidad con la que la proa cortaba el espejo en que se había convertido la superficie del mar, y la delicada estela que dejaba tras de si. Fue una experiencia única e inolvidable, y eso a pesar del frescor de las primeras horas de la mañana, y el destemple de nuestros cuerpos, propio de haber dormido escasamente cuatro horas.