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viernes, 17 de diciembre de 2010

Piran, la más bella de Istria



Nuestro viaje hacia el sur de la costa eslovena, a la región de Istria, acababa en la pequeña ciudad de Piran, muy cerca de la frontera croata. Una ciudad que perteneció a la Serenísima Republica de Venecia durante más de cinco siglos. Llegamos hasta ella después de atravesar una enrevesada carretera con sube y bajas constantes, que ofrecía a momentos unas bellísimas vistas de pequeños bosques, calas escondidas y diversión constante al volante. Descendimos por una gran pendiente hasta encontrarnos en las mismas puertas del pueblo. Pero claro, no iba a ser tan fácil y al estar el acceso restringido al mismo, no nos quedó más remedio que dejar el coche en un aparcamiento público que se encuentra a mitad de la cuesta y que está excavado en terrazas en la misma ladera que cae hacia el mar. Para bajar ningún problema, aunque con el sofocante calor que hacía y a medida que íbamos descendiendo, ya sabíamos que la vuelta hasta el coche se iba a hacer bastante dura. Con lo primero que nos topamos fue con un largo malecón que los turistas y locales utilizan a modo de solarium y al que han instalado en algunos tramos escaleras que dan acceso al mar y que permiten darse un buen baño. Y con el calor que hacía no nos lo pensamos dos veces. Afortunadamente llevábamos en la bolsa una toalla y los bañadores pero…¡ vaya fallo !.. y gordo. No los teníamos puestos así que tuvimos que enroscarnos la toalla por turnos, y haciendo equilibrios y malabares como tantas veces hemos visto a otros en las playas, conseguir colocarnos el bañador sin enseñar las vergüenzas, o lo menos posible en mi caso, ya que demostré una gran inutilidad para tal menester. Y es que mira que es complicado colocarse un bañador con la “jodía” toalla, es todo un arte. Aunque la recompensa fue enorme. Zambullirse en esas transparentes aguas de color turquesa, en un día cuyas temperaturas a la sombra superaban los treinta grados, fue como diría Enrique Iglesiasuna experiencia religiosa”. Eso si, a la hora de acceder al muelle de nuevo por la escalera había que tener sumo cuidado si uno no quería dejarse la mandíbula o cualquier otra cosa, ya que al espabilado de turno sólo se le ocurrió poner escalones redondos de acero inoxidable que resbalaban como una anguila empapada en aceite. Y para acabar de redondear el ejercicio de riesgo , los peldaños estaban soldados a casi un metro de separación entre ellos con lo que había que descoyuntarse medio cuerpo para poder subir al muelle de nuevo, aunque nosotros al menos pasamos la prueba con éxito y sin rompernos la crisma.

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martes, 14 de diciembre de 2010

Koper e Izola. La puerta de entrada al adriático esloveno.


Este día nos levantamos con la intención de conocer la costa adriática eslovena y más tarde, de regreso a Ljubljana, hacer una parada en el Castillo de Predjama, ya que nos cogía de camino. Lo que pasa es que una cosa son los planes que preparamos en la cabeza, y otra muy distinta como se desarrollan las cosas más tarde. No habíamos tenido en cuanta la cantidad de tiempo que íbamos a dedicar a las preciosas localidades de la costa eslovena, en especial Piran. Lo primero que hicimos fue bajar al buffet a tomar fuerzas con un espléndido desayuno y luego montarnos en el coche, en un precioso día soleado para dirigirnos al sur, al Adriático. La mayoría del camino hacia Piran (unos 130 kilómetros) lo hicimos por autopista, hasta casi llegar a Koper,(a unos 100 kilómetros) y de ahí hasta Piran transcurrió por una carretera costera que nos ofreció espectaculares vistas de la costa, a veces al mismo nivel del mar y otras ascendiendo por montes y cuyos miradores nos dejaron absolutamente sin habla. Pero iré por partes.

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sábado, 4 de diciembre de 2010

Ljubljana. La bellísima capital de Eslovenia

Y llegó el momento de dejar atrás Italia. Continuando con nuestra “escapada” de tres semanas en coche por Europa y después de seis días recorriendo las regiones del Piamonte, Emilia Romagna y el Véneto, nos poníamos en camino desde Padua (nuestra última base en esta parte de Italia) en dirección a Eslovenia. Lo que pensábamos que iba a ser un cómodo trayecto de poco más de hora y media hasta llegar a Ljubljana, sobre todo una vez pasado el tramo que creíamos más conflictivo, es decir la salida de la autopista hacia Venecia , se transformó en seis tortuosas horas ¡Madre mía! Retenciones de veinte kilómetros antes de llegar a Trieste. No entendíamos lo que pasaba ¿Acaso todos los italianos y una gran parte de Europa habían decidido ir a la Costa Dálmata al mismo tiempo? Es que llegábamos a estar un cuarto de hora totalmente parados, y cuando por fin se avanzaba era unos pocos metros nada más. Algunos sacaban los pies por las ventanillas, otros formaban corrillos fuera de los coches mientras charlaban con resignación, o aprovechaban para echar alguna cabezadita, y yo hacía viajes al maletero de nuestro coche en busca de agua o de algún tentempié, y todo bajo un sol de justicia y temperaturas que superaban los treinta grados. Pero lo más indignante fue que no era porque no cupiéramos los coches en la autopista, o media Europa hubiera decidido salir con el coche en esa dirección. La razón era que había que pasar por el puñetero peaje de Trieste. Una docena de garitas, de las cuales casi la mitad estaban cerradas. Entonces ¿cómo no se iban a formar retenciones kilométricas? En fin, escenas variopintas de las que ya habíamos tenido alguna prueba en otro peaje en Francia, en Montpellier. Allí los siempre dicharacheros holandeses se llevan monociclos en los maleteros de los coches y furgonetas, y se dedican a hacer carreras entre los coches parados en la autopista, mientras se graban en vídeo con los móviles. Supongo que las imágenes acabarán subidas en el Youtube.

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