La especial configuración del trazado de las carreteras en Bali, debido en parte a su complicada orografía, hace que a la hora de planificar las visitas casi todo el mundo siga el mismo circuito para optimizar los tiempos de desplazamiento. De tal forma que si estás alojado en Ubud y quieres ir a conocer el Templo Madre, obligatoriamente continuarás hasta el inquietante Monte Agung y su precioso lago y seguramente en el camino de regreso a Ubud pasarás por las terrazas de los Arrozales de Tegalalang. Y eso mismo es lo que hicimos nosotros. El paisaje presidido por este inquietante volcán, el Monte Agung, es casi con toda probabilidad uno de los que más me atrapó y sorprendió dentro de la isla. De nuevo en la carretera de acceso a los aledaños del Volcán Agung había controles para que los turistas pasaran por caja, en este caso otras 65.000 rupias indonesias. Ya había comentado anteriormente que en Indonesia se paga por todo.
Las laderas del Monte Agung tienen las cicatrices de pasadas erupciones volcánicas. La negra lava solidificada ha borrado todo rastro de vida, y observando con detenimiento las laderas pudimos ver pequeñas fumarolas cuyos gases y humos escapaban por grietas en el terreno. No hay que olvidar que este volcán sigue activo y que en la erupción de 1963 mató a varios miles de personas. A parte de ser el punto más alto de la isla de Bali, el Monte Agung es perfectamente visible desde las islas vecinas de Gili y Lombok como pudimos comprobar nosotros mismos en días anteriores. Además es el responsable de los climas y subclimas presentes en Bali. Los vientos húmedos del oeste chocan con el volcán y dejan copiosas lluvias mientras la parte este es gris y más árida.
Frente al Monte Agung hay un restaurante que ofrece unas vistas panorámicas del volcán y todo sus entorno verdaderamente espectaculares. Aunque la comida deja que desear -como en la mayoría de sitios muy turísticos- al menos sirve para meter algo de combustible al estómago y sobre todo para deleitarse con el paisaje. Eso si...nos clavaron 236.000 rupias -unos 17 euros- por dos tristes platos de arroz con un poco de cerdo, excesivamente caro para ser Indonesia.
De aquel soleado día en Bali conservo hoy unos recuerdos maravillosos. El Monte Agung es un lugar especial, en un entorno excepcional. Montaña sagrada para los balineses, el Lago Agung a sus pies complementa el paisaje. Con forma de alubia, algunas pequeñas aldeas pueblan sus orillas. Ellos fueron los que más sufrieron la brutal erupción de los años 60 de este estratovolcán que lanzó piedras y escombros hasta 15 kilómetros de distancia.
Los Arrozales de Tegalalang no son los más grandes de Bali ni mucho menos, pero si que su forma semi circular y su emplazamiento hace de ellos unos de los más bellos. Además su situación cerca de la carretera de regreso a Ubud desde el Monte Agung hace que sea inexcusable su visita. Para acceder hay que pagar en la carretera 20.000 rupias.
La orografía y los terrenos montañosos de gran parte de la isla de Bali han obligado a sus habitantes a agudizar el ingenio a la hora de explotarlos, desarrollando para ello un sistema de terrazas superpuestas para el cultivo del arroz. A lo largo de los siglos se han ido construyendo y añadiendo nuevas terrazas que forman un espectacular manto de un color verde intenso. Además para el correcto desarrollo de las plantas de arroz, necesitadas de agua en abundancia, se han ido construyendo también un completo y complejo sistema de canalizaciones que trasporta el agua desde los manantiales a todas y cada una de las bancadas. Es todo un espectáculo contemplar estos paisajes de postal, entre los más bellos de toda la isla de Bali. Por otra parte los agricultores, ajenos a la gallina de los huevos de oro que suele representar el visitante para algunos balineses, se afanan en cuidar sus campos de arroz y no importa si llueve o hace sol, ni la avanzada edad de algunos de ellos, lo son todo, son sus vidas.
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