miércoles, 8 de septiembre de 2010

Turín. Ciudad de soportales

Teníamos ganas de conocer esta ciudad del norte de Italia, capital de la región del Piamonte y la última gran ciudad italiana que nos quedaba por conocer. Era la primera etapa de nuestro viaje, y la más larga en distancia. Atravesamos toda Francia , desde la costa Atlántica hasta la Mediterránea, y de ahí por la autopista que une la Costa Azul con Lyon y París. Nos desviamos en dirección a Grenoble, ciudad que atravesamos al completo en busca de la frontera italiana, y que por lo que pudimos observar desde nuestro coche, creo que merecerá una visita en el futuro. Y en no mucho tiempo íbamos a atravesar una de esas obras de ingeniería que me dejan perplejo y que si te pones a pensar en lo que tienes por encima de tu cabeza, hace que te sientas diminuto, como un pequeño animalito en medio de un océano. Estábamos a punto de entrar en las entrañas de los Alpes; el túnel del Mont Blanc. Una obra de ingeniería de casi doce kilómetros de longitud que discurre debajo de esta emblemática montaña, y que debido a la limitación velocidad de 70 km/h y la obligatoriedad de guardar 200 metros de distancia entre cada vehículo se hace mucho más largo, o al menos fue nuestra sensación. Al acompañante le dan en el peaje un tríptico con las normas e indicaciones a seguir dentro del túnel. De todas formas esas limitaciones tienen su sentido después de ocurrir uno de los accidentes más graves de Europa hace diez años, en el que el incendio de un camión ocasionó un fuego que duró dos días y medio, y en el que perecieron 39 personas atrapadas en sus vehículos. Como curiosidades el que el letrero que marca la frontera entre Francia e Italia se encuentra dentro del túnel, y cómo no, los 36 euros que te cobran de peaje.



Una vez que llegamos a Turín, y que nuestro indispensable navegador nos pusiera en la puerta del hotel, tocaba instalarnos y descansar de un día de viaje que se había alargado cerca de hora y media gracias a las retenciones del peaje de Montpellier. Nos alojamos en el Ac Torino, un hotel de cinco estrellas situado en un edificio de principios de siglo XX y que ubicaba una fábrica de pasta italiana. Y fue todo un acierto y no sólo porque tuviera un gran precio. Muy bonito por fuera y moderno y funcional en su interior con toques industriales en la decoración y bien comunicado con el centro histórico. Quedamos encantados con la atención por parte del personal del hotel y además con el añadido de la recuperación de un edificio antiguo para otras funciones. Es algo que nos encanta. Reinterpretar y dar una nueva vida a edificios que ya no cumplen con la función para la que fueron diseñados y construidos. Y hablando de recuperar, teníamos justo en frente el Lingotto, la antigua fábrica de coches de Fiat (en su día la mayor del mundo), y que ha sido reconvertida en dos hoteles de diseño, centro comercial y de convenciones y centro cultural , y el artífice fue nada más y nada menos que el arquitecto genovés Renzo Piano. Todo un lujo que hay que visitar.





Entrando ya en el meollo del centro histórico de Turín, y con un nuevo día soleado y las fuerzas recuperadas después de un profundo y reparador sueño, nos pusimos en marcha y tomamos uno de esos desastrosos y antiguos autobuses que suelen tener la mayoría de ciudades italianas. En un breve trayecto nos apeamos en la monumental estación de tren de Porta Nuova, punto de inicio de nuestra ruta por del casco histórico de la capital del Piamonte. Allí y empezando recorrer la Vía Roma, principal arteria comercial de tiendas de lujo y de moda, llegamos a las iglesias gemelas de San Carlo y Santa Cristina, que presiden la Piazza de San Carlo, una amplia plaza porticada en la que se ubica en uno de sus extremos el famosísimo Café Torino, lugar de reunión de turineses, donde ver y dejarse ver, y también de turistas que dan vueltas sobre los testículos de la figura de bronce incrustada en el suelo del toro, símbolo de la ciudad, cumpliendo no se que tradición. Allí más tarde nos tomaríamos unos buenos cafés frapés e hicimos lo mismo, ver y dejarse ver (más bien lo primero), aunque aviso que barato no es precisamente. Dejando la Piazza de San Carlo, y por la misma Vía Roma, llegamos a la Piazza Castello, donde está el Palazzo Madama, que alberga el museo de arte antiguo, y el Palazzo Reale. Ya a esas alturas nos habíamos dado cuenta de varias cosas acerca de esta sorprendente ciudad . Una de ellas era que desde luego, Torino (nos gusta más el nombre en italiano) es la auténtica desconocida de Italia y que es casi incontable el número de edificios barrocos que la adornan. Y por otro lado lo que nos sorprendió el gran número de soportales o pórticos de sus edificios. Es posible pasear por muchas de sus calles protegidos del sol y el calor (como fue nuestro caso), o de adversas condiciones climatológicas. Algo muy práctico en una ciudad que paga un peaje alto por su maravillosa ubicación a los pies de los Alpes, con unos inviernos bastantes rigurosos. También en la misma piazza se encuentra la monumental iglesia barroca de San Lorenzo. Qué puedo decir de ella; impresionantemente barroca.





Continuamos la ruta por la Vía de Po que desemboca en la gran Piazza Vittorio Veneto, lugar de reunión de bares y restaurantes y unos de los puntos de marcha por las noches junto a los tenderetes y locales en la rivera del Río Po. A esas alturas del día, y con el sol en toda su plenitud, la reuniones para almorzar se hacían bajo las sombrillas de las terrazas de la piazza. Y por fin el Río Po, y algo de frescor en el ambiente en el Puente Vittorio Emanuel I adornado con campanillas y geranios. Allí pudimos contemplar las vistas que ofrece, con la Piazza Gran Madre di Dio al otro lado del puente, las colinas con villas y palazzos y las casas y mansiones de los más adinerados turineses. Ya nuestras piernas pedían un descanso, y aunque en el entorno de la Plaza Vittorio Veneto hay muchos cafés donde elegir, incluidos los restaurantes y terrazas escondidos en los patios interiores a los que se accede por el portal de las edificaciones de la plaza, decidimos descansar nuestros sudorosos cuerpos en las cercanías del Duomo. De esa forma iniciábamos la exploración de la Cattedrale di Torino, eso si, después de un tormentón de campeonato que duro escasos veinte minutos y pensábamos refrescaría el ambiente. Pero no, volvió a salir un sol radiante entre las nubes y de nuevo calorcito para el cuerpo. En fin, lo más famoso sin lugar a dudas en el conjunto del Duomo de Torino es la Cappela della Santa Sindone situada en la cabecera del Duomo y sin poder acceder a ella, al menos que yo sepa, debido a la restauración después del incendio que sufrió. Lo que si pudimos ver es la ubicación actual de La Sábana Santa, detrás del altar mayor de la Catedral y encerrada en una enorme urna detrás de un cristal blindado con toda clase de medidas de seguridad, y con una réplica de la misma expuesta. Allí mismo pudimos leer tranquilamente una gran cantidad de información acerca de la historia de La Sindone, de los avatares sufridos a lo largo de siglos de exposiciones y traslados (se supone que pasó de Jerusalén a Edesa y de ahí a Constantinopla, Atenas, Lirey, Chambery y finalmente Torino) y los dos incendios sufridos. Cuando menos nos despertó la curiosidad.






Ya para finalizar nos fuimos paseando por los jardines reales para ver el símbolo de la ciudad de Turín, la Mole Antoneliana, que puede ser vista casi desde cualquier lugar de la ciudad. Inicialmente iba a ser una sinagoga, pero los judíos de Turín se quedaron sin dinero. Hoy en día alberga en su interior el museo del cine y un mirador donde contemplar una vista de toda la ciudad y de los Alpes. Tampoco voy a decir que sea una bella edificación, pero vista de cerca nos pareció que tenía cierto encanto. No se, quizás estamos teniendo alguna clase de problema con nuestro gusto pero es lo que nos pareció. Una vez que ya lo habíamos visitado, y después de otro largo paseo por otra de las zonas del casco histórico, desembocamos en el Museo del Risorgimento y ya cenamos en un demandado ristorante que está justo en frente del mismo. Alucinante la cantidad de gente esperando a sentarse a cenar y hablamos de las ocho de la tarde. Menos mal que tuvimos suerte y cogimos una mesa en un lugar preferente de la terraza, y con fantásticas vistas. Hubo que celebrar esa fortuna con un buen vino blanco del Piamonte.



En resumen, una ciudad que nos ha sorprendido de verdad, y cuando digo de verdad es de verdad. Con signos de cultura parecidos a los nuestros como el vermú acompañado por los aperitivos y que sirve como excusa para reunirse con los amigos y pasar un buen rato charlando. Y el chocolate, que te lo ofrecen sobre todo en las cartas de los cafés en una mezcla de esos dos productos. Pero sobre todo, la casi ausencia de turistas. Salvo una pequeña concentración en las zonas más céntricas en los alrededores del Palacio Real, es verdaderamente difícil encontrar alguno. Eso nos permitió vivir la ciudad en su ambiente más auténtico, algo casi imposible de encontrar en otras ciudades italianas. Como anécdota unos italianos (supongo que de otra región) nos preguntaron por donde se llegaba al Viale Roma y nosotros les indicamos por donde llegar. Se quedaron un poco perplejos que unos turistas españoles les dijeran sin titubear por donde ir, y no debieron quedar muy convencidos ya que les vimos preguntar a otros. ¡Ay! hombres de poca fe..la indicaciones nuestras era buenas.


                                                               Piazza de San Carlo
                                                      
 Galleria Subalpina               

 Museo del risorgimento situado en el palacio barroco de Carignano
                                                                        
 El castillo medieval
                                                 
Estación de tren Porta Nuova
                                    
                     
                          

2 comentarios :

Turin es majestuosa, elegante, a la sombra de Milan. Dos ciudades completamenete distintas. Para mi mas bonita, aunque me encanta Milan.Cuando fui la fachada de Porta Nova estaba cubierta por remodelacion, Y QUE BONITA ES!. Pude ver el manto de Turin original que resulto mas emotivo de lo que pense pues no soy muy fanatico de las religiones,si algo creyente.
Hermoso lo que cuentas. GrACIAS.

Yo no soy practicante tampoco de religiones pero cuando te encuentras con objetos o lugares importantes para una religión, con cientos de millones de seguidores por el mundo, algo especial ocurre. Eso lo he experimentado en la Mezquita Azul, en la Plaza de San Pedro y en las pagodas budistas de Shwedagon en Myanamar o el templo de Borobudur en Java, Indonesia. Desde luego la Sábana Santa es algo muy especial para la cristiandad. Saludos

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