miércoles, 17 de noviembre de 2010

Niza. La luz de la Costa Azul, hogar de artistas.


A pesar de los malas previsiones meteorológicas que pronosticaba el diario de a bordo, este día amaneció soleado, y en algunos momentos hasta caluroso. Nuestra intención era, por fin, visitar la capital de la Costa Azul. Ya en varias ocasiones habíamos estado muy cerca en algún crucero anterior, y hasta habíamos organizado una visita de una semana de duración en coche por Niza y la Provenza, pero al final quedó aparcada, nunca mejor dicho. Desayunamos en nuestro camarote y bajamos a por el número para el desembarque en tender, no sin cierto temor, habida cuenta que ya hemos sufrido algún problema con este sistema en otras ocasiones. Pero esta vez el desembarque fue relativamente ágil, a pesar que compartíamos muelle en Villefranche con el “Mein Schiff”. Una vez puestos los pies en tierra, nos dirigimos a la parada de autobús que nos acercaría al centro de Niza en algo menos de media hora, aunque eso si, cómodos lo que se dice cómodos, no fuimos precisamente, ya que no cabía ni un alfiler en el susodicho autobús.


Comenzaba nuestra visita por la Avenida Faure hasta llegar a la espléndida Plaza Masséna, el corazón de Niza, rodeada por los jardines Albert y el ayuntamiento de la ciudad en las cercanías, y donde parte una de las vías más comerciales de la ciudad, la avenida Jean Médecin. Esta plaza permite disfrutar de sus elegantes edificios rojizos y de las siete esculturas iluminadas, obra del barcelonés Jaume Plensa, que se alzan a lo largo de la plaza. Y es que Niza está abierta al arte moderno y de vanguardia, ya sea en sus calles, o bien en las múltiples posibilidades que ofrecen sus museos, algunos de ellos dedicados al arte moderno y de vanguardia. Quizás mucha culpa la tenga la propia ciudad, y más concretamente su ubicación. El cálido clima durante todo el año y la luz que proporciona este lugar de la Costa Azul atrajo a un sin fin de artistas a lo largo de todo el siglo XX, y muchas de sus obras han quedado allí para siempre. En la misma avenida Jean Médecin está la Basílica de Notre Dame, inmaculada tras su restauración, y de ella parten multitud de calles con elegantes edificaciones y rincones con mucho encanto.






Nuestro recorrido continuó por la Promenade des Anglais, con sus características pérgolas y elegantes edificios, como el Palais de la Mediterranee, que acoge el casino, o el Hotel Negresco, uno de los emblemas del lujo de Niza, y siempre junto al mar azul de la Bahía des Anges y sus playas de cantos rodados. Justo al comienzo de la Promenade des Anglais y hasta el parque Le Chateau se encuentra el centro histórico, con un enrevesado entramado de calles y callejones llenos de cafés y restaurantes, cada uno de ellos con sus propias exposiciones de sus platos más afamados para el disfrute de nicenses y sobre todo turistas, entre ellos nosotros mismos. A esas alturas del día, y después de la caminata que llevábamos a cuestas, nuestros estómagos comenzaban a protestar, y necesitábamos una prolongada parada. Y qué mejor sitio que el Cours Saleya, que todavía a esas horas albergaba el mercado de flores y frutas, y que estaba lleno de vida y de gente. Estampas muy típicas que se repiten a lo largo de las ciudades francesas , los mercados, y del que Niza presume de varios como este de las frutas y legumbres, uno de los mejores de todo el país, o el del pescado en la plaza Saint-François.





Más tarde, callejeando por el bello casco histórico, pudimos contemplar las numerosas galerías de arte que ocupan muchos de los locales de estos viejos inmuebles, y que sacan sus telas vírgenes a la calle para llenarlas de paisajes y color a golpe de pincel, ante la mirada curiosa de los despreocupados paseantes que no dudan en fotografiarse con tan atípicos pintores. Compartiendo espacio encontramos comercios de jabones, sales de baño, olores a lavanda, florales... no podía ser de otra manera estando la capital del perfume, Grasse, tan cerca de Niza. Y llegamos a la Plaza Saint-François , un espectáculo gastronómico, con las bandejas de marisco expuestas en la calle. Bogavantes, gambas, langostinos, centollos, almejas, enormes caracoles de mar y erizos. Si de una cosa nos arrepentimos es de no haber hecho otra parada y pedirnos una bandeja llena de erizos de mar..¡ay qué ricos!. Pero el tiempo es el que es, y a nosotros se nos estaba agotando, así que nos encaminamos al puerto viejo de Niza y a los alrededores de la plaza de I`lle de Beauté.



El puerto de Niza es un compendio de embarcaciones tradicionales, con sus cascos coloridos y dibujos artísticos, y los grandes yates de lujo, circunvalado por bellos edificios en tonos ocres y rojizos. Y justamente al fondo, junto a la bocana del puerto, aparecía la silueta del pequeño crucero “Le Levant”, al que visitamos por fuera no sin cierta nostalgia de no ser uno de sus afortunados pasajeros que en ese momento estaban realizando el embarque. Una de las escasas oportunidades de ver de cerca a buque tan especial, mezcla de "charter" privado y crucero tradicional. Fue un paseo muy agradable donde apreciar los contrastes de los marineros jubilados reparando las viejas maderas en sus embarcaciones varadas, y las tripulaciones profesionales dando brillo y esplendor a esos mega yates de más de treinta metros de eslora. Y ya se acercaba el momento de tomar el autobús que nos llevaría de vuelta a Villefranche, dar un pequeño paseo por las calles de este encantador pueblecito rememorando la última vez que estuvimos en él, y embarcarnos en el tender que nos llevaría de regreso a bordo del Constellation.




En resumen, fue una visita a Niza de los más agradable, que nos ha sabido a poco por la gran cantidad de alicientes que esta ciudad ofrece al visitante, y pensando quizás en una futura visita más prolongada para poder disfrutar más tiempo de su luz, sus museos, sus terrazas, sus mercados y una afamada gastronomía, por no hablar de todas las poblaciones con encanto que se encuentran en sus alrededores, ya sea en la línea costera o en el interior de esta región del sur de Francia.



Rincones de Niza





Frutas escarchadas en un mercado de Niza bajo los típicos toldos de rayas


El hotel Negresco símbolo del lujo de otra época


Las poco afortunadas playas de piedra de Niza


Gaviotas patrullando la Promenade des Anglais en busca de una comida fácil


El "Le Levant" embarcando pasajeros en el puerto de Niza


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