Llegamos muy pronto, a primera hora de la mañana al puerto de Da Nang. Esta ciudad es la puerta de entrada que le sirve a los turistas de cruceros como plataforma para visitar las ciudades de Hue y Hoi An. Si bien el tiempo de escala no es suficiente para poder visitar ambas ciudades, si que permite conocer más o menos en profundidad una de ellas. En nuestro caso preferimos decantarnos por Hoi An y por las playas del Mar de China, ya que se encuentran muy cercanas de la ciudad de Da Nang, y dejar la antigua capital imperial de Hue para una próxima ocasión. Da Nang no es una ciudad especialmente atractiva. El hecho de tener un importante puerto, junto a una ingente cantidad de negocios de esculturas y objetos de mármol, y el aeropuerto que da servicio a los visitantes que acuden a conocer las cercanas Montañas de Mármol y las ciudades de Hue y Hoi An, le ha supuesto un rápido crecimiento.
De todas formas el paseo por la parte antigua de Hoi An resulta de lo más agradable y relajado. Los coches tienen prohibida la entrada a esta zona de la ciudad, y los habitantes se desplazan en bicicletas o en moto. En muchas de las construcciones típicas de Hoi An, los bajos son utilizados por los famosos sastres de la ciudad para exponer las muestras de tela con las que, después de haberte tomado unas concienzudas medidas, son capaces de confeccionar un traje en tres o cuatro horas.
Las trastiendas de las sastrerías están abiertas a los visitantes. Estos talleres son los lugares donde toman forma nuestras prendas de vestir en unas pocas horas
Y aunque la actividad principal, y por la que es más conocida Hoi An, es por sus sedas y la confección de ropas, en sus calles también hay un buen número de talladores y artesanos de la madera que la trabajan a la vista del visitante en plena calle, y que da como resultado piezas de gran complejidad de formas y enorme dificultad. Resultaba increíble lo rápido que se nos estaban pasando las horas, absortos en todo lo que nos ofrecía esta preciosa ciudad, y entretenidos con la gran variedad de tiendas y edificaciones de madera.
Una entrañable anciana vendiendo artesanías
La pagoda de Phac Hat de Hoi An
Justo en mitad de nuestro relajado paseo por Hoi An, nos coincidió la atropellada salida de los escolares de la escuela.
Tuvimos una parada en una de las decenas de negocios de muebles y esculturas de mármol. Uno de nuestros nuevos "compis" del crucero quiso darse el capricho de comprar una mesa y unas sillas para el jardín de su casa en Victoria, Canadá, por supuesto hechos de frío mármol. Una parada cuanto menos curiosa, para poder contemplar las horteradas que, no sin dificultad, esculpen los vietnamitas.
Los últimos momentos en Hoi An los pasamos en una terrazita, refrescándonos con unas buenas cervezas vietnamitas, cambiando impresiones con nuestros ocasionales compañeros de viaje. Nos había dejado una muy buena impresión esta antigua y pequeña ciudad, el gran ambiente que tenía y el excelente estado de conservación que presentaba, que en ocasiones casi parecía un decorado de película. Pero como siempre digo, el tiempo es el que es, y todavía teníamos otras paradas pendiente. Después de abandonar Hoi An, disfrutamos nuevamente las vistas que nos ofrecían las estrechas carreteras, atravesando campos de arrozales arados por búfalos de agua, adelantando pequeñas motocicletas cargadas hasta niveles insospechados, y cruzándonos con niñas montando en bicicleta y que se desplazaban desde las pequeñas aldeas a su colegio, con sus típicos sombreros cónicos y sus impecables uniformes escolares. En esos instantes me alegré que los desplazamientos por carretera en Vietnam fueran lentos y farragosos. De esa forma disponía de más tiempo para empaparme del paisaje Vietnamita, algo verdaderamente fabuloso. Y llegamos a uno de los muchos accesos que tiene estas larguísimas playas del Mar de China. Una línea interminable, y casi continua de doradas arenas que va desde las playas de Hoi An hasta las playas de Da Nang. Una de las cosas que más me llamaban la atención eran esas pequeñas y curiosas embarcaciones de forma circular, y que utilizaban los pescadores para lanzar las redes de pesca. Era algo que no me quería perder,ya que las había visto muchas veces en fotografías y en algún documental de viajes, y finalmente pudimos ver un buen número de ellas varadas en las playas. Hasta tuve la oportunidad de embarcar en una, aunque la lástima es que fuera sobre la arena y no en la mar. Lo que hubiera disfrutado remando a bordo de ella. Una maravillosa línea de costa que hay que darse prisa en conocer, ya que la construcción de decenas de hoteles y resorts la destrozará para siempre. Unas idílicas playas que décadas atrás fueron objeto de la invasión por parte de los marines norteamericanos en lo que sería el comienzo de la guerra de Vietnam, y que ahora se enfrentan a otra nueva invasión; el hormigón.
Ya en Da Nang fuimos a visitar su catedral. Una hermosa iglesia colonial en el centro de la ciudad
Una foto para el recuerdo con nuestros amigos canadienses, aunque la mayoría de ellos eran de distintos orígenes. Algunos eran de origen vietnamita, otros de origen hindú, e incluso alguno hacía sus pinitos en español. Pero todos fueron unas personas encantadoras. Tendríamos oportunidad días después de compartir barco con ellos en la Bahía de Halong
A pesar del turismo creciente en Vietnam, estas son las imágenes más abundantes en el país. Un país donde la agricultura y la pesca sigue siendo pilar fundamental de su economía. Una familia lanzando las redes de pesca entre los muelles del puerto.
El Zaandam se convirtió en la atracción preferida de los pescadores que regresaban a puerto. Al fin y al cabo no se dejan ver demasiados cruceros por estas latitudes.
En Da Nang están perfectamente alineados una gran flotilla de barcos de la armada vietnamita
Una vez pasados los controles, y con todos los pasajeros del Zaandam abordo los policías vietnamitas se llevaron la garita de control fronterizo rodando por el muelle.
Maravilloso atardecer que por momentos iba coloreando de amarillo la chimenea de nuestro querido Zaandam. Lo formidable de navegar por esta latitudes es que las temperaturas permiten disfrutar enormemente de las cubiertas exteriores del barco.
Después de vivir otro inolvidable atardecer, esa misma noche el viento comenzó a arreciar con fuerza. Se hacía complicado caminar por cubierta debido al fuerte viento, aunque eso si, la temperatura estupenda.
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