Aunque escogimos el hotel en la ciudad de Turín, nuestra idea era pasar la mayor parte de los tres días de que disponíamos antes de tomar el avión a Polonia recorriendo algunos de los pueblos y ciudades más significativos de la región italiana del Piamonte, ya que cuatro años atrás tuvimos la oportunidad de conocerla en profundidad. El hecho de que dichos pueblos no quedaran a más de cincuenta kilómetros de Turín, unido al aliciente de volver a pasear por las encantadoras calles de la ciudad del toro y pasar agradables veladas en alguno de sus encantadores restaurantes, hizo que no nos lo pensáramos. Y por supuesto tuvo mucho que ver el concierto que la banda escocesa "Simple Minds" ofreció en Grugiasco en Turín.
Después de pasar noche en el hotel NH Bérgamo Airport acudimos a primera hora de la mañana hasta el mostrador de Budget en el aeropuerto para recoger el coche de alquiler que habíamos reservado. Nos dieron un precioso Fiat Panda 4x4 con el que en apenas un par de horas nos había llevado hasta la preciosa Turín, Torino para los italianos. Ese día habíamos pensado pasarlo en la ciudad recordando nuestra anterior visita a la ciudad, pero esta vez sin visitas a monumentos, palacios, iglesias o la Sábana Santa...simplemente caminar por sus calles, sus avenidas, guarecernos de las omnipresentes tormentas veraniegas tan unidas a Torino. Eso si, esta vez también quise hospedarme en uno de los edificios icónicos de la ciudad de Turín, y casi me atrevería a decir que de Italia por lo que significa para la industrialización del país transalpino. La antigua fábrica de coches de Fiat, el famoso"Lingotto", fue una de esas empresas que industrializó el norte de Italia, que dio trabajo y prosperidad. Y yo, a parte de visitarlo, quería pasar un par de noches en ese emblema de la ciudad que tan inteligentemente se le ha dotado de una segunda vida por el arquitecto Renzo Piano. El hotel NH lingotto es una pasada si buscas algo más que simplemente pernoctar, si buscas también conocer íntimamente una joya de edificio histórico.
Tras el paso por nuestro singular hotel nos encaminamos hasta la parada del metro que está situada a pocos pasos del hotel. Ese día lo dedicamos a volver a pasear y a recorrer de nuevo las calles y soportales de esta maravillosa ciudad que es Turín, como ya hicimos cuatro años atrás, y por supuesto cenar en uno de los restaurantes con encanto que esta ciudad norteña posee a decenas. Como en su día ya escribí una entrada de nuestra anterior visita a la ciudad de Torino, en esta ocasión me limito solamente a plasmar con unas pocas fotos nuestra nueva vista a esta preciosa ciudad, y colocar más abajo el enlace a aquella entrada.
Turín; la ciudad de los soportales
Al día siguiente, una vez que desayunamos en el hotel, nos montamos en nuestro Fiat Panda de alquiler y nos dirigimos hacia una de las localidades más famosas del Piamonte, la ciudad de Alba. Esta vez dejamos atrás las autostradas, porque no nos vamos a engañar, si uno quiere de verdad empaparse de los paisajes y disfrutar de las vistas que un viaje en coche permite, hay que recorrer esas carreteras secundarias y atravesar decenas de pequeñas poblaciones aunque eso suponga tardar más en los desplazamientos. Pero es tiempo bien invertido. Y entre parada y parada en las campiñas de parcelas cultivadas e hileras de viñedos que alimentan la producción de los conocidos vinos del Piamonte, llegamos a Alba, la capital de la trufa, una pequeña ciudad llena de arquitectura renacentista. En esta localidad lo que más destaca es su Duomo, la Catedral de San Lorenzo, dominando la plaza principal y vigilado de cerca por su gran campanario. A lo largo de la Vía Cavour cercana al Duomo, se erigen las torres medievales, la Torre Mozza y la Torre Astesiana, símbolos también de Alba. De ahí partían estrechas calles llenas de comercios donde ofrecían al visitante sus productos alimentarios estrellas. Como no podía ser de otra manera la rufa estaba presente en todos; en sus aceites de trufa, patés de trufa, pastas frescas de trufa también, quesos a la trufa, y un largo etcétera de productos aromatizados por este oro negro, o mejor aún blanco. Si, porque la trufa blanca de Alba es muy apreciada por los chefs de medio mundo.
A lo largo de las calles de Alba se reparten multitud de cafés y pequeños restaurantes escondidos en esquinas imposibles. Separándonos un poco de las calles más turísticas había una magnífica tienda con toda clase de alimentos, trufas, aceites, quesos, embutidos, vinos, vinagres excelentes en diferentes variedades. En fin, una maravilla para los sentidos de la vista y el olfato, y a veces también el gusto con alguna pequeña degustación.
Alba, la pequeña ciudad provinciana con una bella arquitectura y con uno de los tesoros escondidos bajo la tierra de los campos que la circundan, la trufa, y que nosotros no podíamos dejar de probar en alguno de sus acogedores restaurantes. En este caso nos decidimos por la forma más pura de degustar este producto "gourmet", unos espagueti con láminas de trufa rayadas por encima en un restaurante de la Via Cavour, arteria principal del casco histórico de Alba, y todo regado con un vino blanco del Piamonte, por supuesto. Tengo buenos recuerdos del plato, y eso a pesar de no ser excesivamente generosos con las raciones, pero creo que tampoco es para armar tanto revuelo con la trufa. Quizás si hubiera sido blanca la experiencia hubiera sido más intensa pero....¿quién puede pagarla?
Y casi sin darnos cuenta siguiente parada en el camino. Bra, la que dicen cuna del movimiento "slow food". Para los profanos les diré que este movimiento quiere volver a recuperar el conocimiento y el placer, dar protagonismo a los productos y tradiciones culinarias de cada región, y todo en contraposición entre otros factores a las "fast food", a las prisas de una vida moderna plagada de insatisfacciones y frustraciones en la que se ha ido perdiendo esa tradición y esa identidad de las personas. El símbolo de este movimiento "slow food", que también es aplicable a otros aspectos de la vida hasta convertirse en una filosofía de esa propia vida, es el caracol, icono de lentitud.
Aquella tarde de finales del mes de julio el sol apretaba con fuerza. Resultaba difícil permanecer demasiado tiempo expuestos a sus rayos así que cualquier sombra o espacio interior era muy apreciado. La primera impresión de esta pequeña ciudad de Bra es la de haber estado en ella con anterioridad. El prominente campanario de la Iglesia de la Santísima Trinidad, la fachada barroca de la Iglesia de San Andrés Apóstol diseñada por Bernini y el Palazzo Comunale y los espléndidos palacios repartidos por algunas calles de la ciudad invitaban a un bonito paseo por las joyas del barroco piamontés. Aunque en ocasiones era necesario ponerse a resguardo de los potentes rayos solares, y que mejor para ello que los recargados y frescos interiores barrocos de la Iglesia de San Andrés Apóstol.
La tarde iba pasando y nosotros aún debíamos regresar a los alrededores de Torino, al esperado concierto de los escoceses Simple Minds a las afueras en Grugliasco. De paso, y aprovechando que llegamos con suficiente tiempo, fuimos a visitar el Castillo de Rivoli, antigua residencia de la Casa Saboya. Ubicado en la población del mismo nombre, encaramado en la Colina di Rivoli, este gran edificio perfectamente restaurado alberga Museo de Arte Contemporáneo, uno de los mejores de toda Italia.
Encaramadas a la colina surgen las casas e iglesias de Rivoli a lo largo de largas y empinadas cuestas como un barrio casi engullido por la urbe de Turín. Desde las alturas del Castillo se apreciaban las largas avenidas rectilíneas que llegaban hasta el mismo centro de la ciudad.
El Castello di Rivoli
Uno de los grandes atractivos de ascender a la Colina di Rivoli son las formidables vistas panorámicas que ofrece de la ciudad de Turín y sus alrededores, y a los Alpes justo detrás ella. Eso y un paseo por los alrededores del Castillo ya justifican la visita de sobra.
Y llegó el momento más deseado. Después de un par de horas de espera en los primeros lugares de la cola, y tras una carrera por mi parte que no se la marca ni Carl Lewis "el hijo del viento", por fin se encendían los focos, el humo se esparcía y la banda escocesa Simple Minds se marcaba un conciertazo de casi dos horas que nos dejó extenuados de tanto saltar, tanto cantar, tanto dar palmas y de corear todas y cada uno de sus canciones, porque además estuvimos en primera línea, inolvidable. Y es que son unos monstruos del directo, ninguna banda se les acerca ni de lejos....se nota que soy fan ¿verdad?
0 comentarios :
Publicar un comentario