El quinto día de estancia en Tokio lo habíamos reservado para salir a conocer la localidad de Nikko que aglutina uno de los mayores y mejores conjuntos arquitectónicos de todo el Japón. Este lugar, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO, se encuentra a algo más de dos horas en tren de Tokio. Así que este día nos tocó madrugar un poco y tomamos un tren rápido en Shinjuku que nos llevó en dirección norte hasta la estación de Omiya, donde tomamos un tren bala hasta Utsonomiya, y de ahí la línea nikko line hasta el pueblo de Nikko. Parece algo lioso pero en la práctica es muy fácil y cómodo gracias a la aplicación de Hyperdia que ya te lo da todo mascado. En la estación de Omiya pudimos viajar por primera vez en los famosos trenes bala del Japón, los Shinkansen. Y para este primer estreno nos esperaba nada más y nada menos que un aerodinámico y espectacular tren, más moderno que la serie N700, el Hayabusa, pintado en unos preciosos colores verde, blanco y rosa, siendo el Shinkansen más moderno que existe hasta la fecha y capaz de superar los 300 km/h. Toda una experiencia.
De camino a Nikko montados en el tren bala tuvimos la inmensa suerte de poder contemplar durante una parte del trayecto la montaña sagrada, el monte Fuji. Y digo suerte porque todos los que han estado en Japón saben lo difícil que es que esta cumbre huidiza se deje ver, ya que habitualmente suele estar semi oculta por las nubes. Resultó de nuevo muy emocionante, además de causar cierto revuelo entre algunos viajeros del tren entre los que me incluyo.
La coqueta estación de tren de Nikko es una de las más antiguas de la zona meridional de Japón. Desde ella parten autobuses que te acercan hasta la entrada del Parque Nacional de Nikko donde se encuentran los templos, aunque nosotros particularmente preferimos dar un paseo hasta la entrada del parque -no más de dos o tres kilómetros- curioseando los escaparates que nos encontrábamos por el camino. Al fondo de la larga avenida que llevaba hasta el parque nacional donde se encuentran los templos se podían ver las cumbres nevadas que rodean a esta población de la prefectura de Tochigi.
El Puente Shinkyo salva el cauce del río Daiya y lleva directamente a los peregrinos y a los viajeros a los templos y santuarios de Nikko. Este puente, también conocido como el Puente Sagrado y lacado en un bonito color rojo, sólo lo podía atravesar el Emperador en la época feudal, y hoy en día sólo lo pueden atravesar los que paguen la entrada al efecto. Desde aquí se pueden obtener unas bonitas fotografías del puente, del curso fluvial del río Daiya y al fondo las montañas de la región de Kanto.
En este impresionante paraje natural se encuentran diseminados los santuarios y los templos. Esta zona se denomina genéricamente como Sannai y es el motivo por el que Nikko es uno de los sitios más visitados de Japón. Justo nada más cruzar el río Daiya, a la derecha de la señal que indica el Parque Nacional de Nikko, hay un acceso a una parte escondida del bosque que lleva a un pequeño santuario, el Shihonryuji y una pequeña pagoda de tres plantas de altura. Generalmente pasa desapercibido a la mayoría de los visitantes y eso que resulta un lugar encantador custodiado por una estatua de buda en piedra.
El Santuario Toshogu es el conjunto más importante y de más valor de los existentes en Nikko. En este templo sintoísta se encuentra la tumba del primer shogun del clan Tokugawa, y consta de una serie de coloridas construcciones ricas en ornamentaciones. Lo primero que llama la atención nada más acceder al recinto es su pagoda de cinco plantas de altura que representan los elementos de tierra, agua, fuego, aire y cielo.
La entrada al recinto del Santuario Toshogu está acotada perimetralmente por tres almacenes sagrados profusamente decorados y lacados en un vivo color rojizo. A su vez un conjunto de farolillos tallados en piedra complementan esta zona especialmente bella, en parte por el contraste con el blanco manto de nieve y los rayos de sol colándose entre las ramas de los árboles.
Panorámica de la zona de los almacenes
Justo en frente de los tres almacenes un sobrio edificio, cuya fachada en madera no fue lacada en rojo, posee unas de las tallas más interesantes y que más expectación levanta entre los visitantes. Su talla de los tres monos -el que no oye, el que no habla y el que no ve- viene heredada de sus vecinos chinos.
La leyenda de los tres monos, asentada en Japón con la llegada de la escritura, dice que eran mensajeros de los dioses para desvelar las malas acciones de los humanos. Aquí se les atribuye la protección de la tumba del shogun para que nadie interrumpa su descanso.
El nivel de detalle de la ornamentación de muchos de los edificios del Santuario Toshogu resulta abrumador. Infinidad de figuras y dibujos policromados, metales dorados forjados y trabajados a mano que rematan tejados y frontales de los templos dan para horas de contemplación, y al final resulta difícil decidir en que puntos fijar nuestra atención entre tanta riqueza ornamental.
La verdad que la visita del Santuario Toshogu nos llevó más tiempo del que inicialmente teníamos previsto, pero es que había tanto que ver y tantos detalles que apreciar pausadamente que no nos importó demasiado. Además el hecho que el otro templo de importancia de Nikko, el Templo Rinnoji, estuviera completamente tapado por andamios -aún quedan varios años de restauración- nos quitó de hecho la idea de pagar la entrada ni de invertir tiempo en ver unos interiores también semi tapados, y en los que no se permite tomar fotografías. Y casi sin darnos cuenta había llegado la hora de comer un menú completo en un restaurante cercano al santuario, para después iniciar el regreso.
Por la tarde pudimos dedicar más tiempo y atención a los comercios establecidos a ambos lados de la avenida. Uno de los establecimientos disponía de información turística de la zona, algunas interactivas, una fabulosa colección de fotografías de la prefectura y una de los altares utilizados en el festival de Nikko.
El grado de detalle de estos altares rituales portátiles, los mikoshi, es prodigioso. Utilizados en el matsuri o festival de Nikko que se celebra junto a un espectacular desfile de más de mil samurai, el resto del año queda expuesto para su admiración. Al final la sensación que Nikko nos dejó es que un sólo día nos es suficiente para poder disfrutar de todo lo que tiene que ofrecer. Por poner un ejemplo el Parque Nacional de Nikko tiene una extensión de más de 1.400 km cuadrados con lugares tan especiales como el lago Chuzenji o las cataratas de Kegon. También se puede hacer senderismo hasta el monte Nantai y acceder a su cima en teleférico para disfrutar de sus vistas, amén de otros templos, santuarios y monumentos menores. Así que si es posible y se dispone de tiempo es mejor dedicar dos o tres días alojados en un hotel o ryokan para disfrutar de la naturaleza desbordante de Nikko y de sus bella arquitectura.
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