En octubre del 2011 quisimos hacer una pequeña escapada de tres días para celebrar el cumpleaños de Ceci, y después de barajar varias posibilidades escogimos la ciudad de Oporto. Queríamos conocer esta romántica ciudad lusa bañada por las aguas del río Duero y de paso probar alguna de las decenas de buenas recetas de bacalao de las que presumen nuestros vecinos portugueses. Y además las previsiones meteorológicas eran de lo más propicias, ya que anunciaban calor y ausencia de lluvias, buenas para hacer turismo pero pésimas noticias para los graves incendios que asolaban en esas fechas al sur de Galicia y el norte de Portugal. Una vez que nos adentramos en estas zonas en nuestro trayecto por la carretera , se podía percibir el olor a quemado, las columnas de humo visibles desde kilómetros y también pudimos ver los vuelos rasantes de los hidroaviones. En fin , en poco más de cinco horas ya nos habíamos plantado en Oporto, y en el desplazamiento por el centro de la ciudad en busca de nuestro hotel, pudimos tener un primera impresión de Oporto. Y esa primera sensación fue de abandono y suciedad, aunque bien es cierto que más tarde, cuando pudimos pasear más tranquilamente y ver el centro con más calma, esa negativa primera opinión ya quedó más atenuada y pudimos ver más allá del abandono y los desconchados en fachadas y paredes.