Tras un largo periplo de aviones y aeropuertos llegamos sanos y salvos al aeropuerto de Denpasar en Bali. Con la noche ya cerrada tomamos un taxi en el mismo aeropuerto para que nos llevara hasta nuestro hotel en Legian, justo a continuación de Kuta. Estábamos demasiado cansados para salir a buscar uno y empezar a negociar el precio con él. Y ya desde el primer momento empezamos a toparnos con una de las cosas que más nos sorprendió de este largo viaje por Indonesia. Si bien la mayoría de la gente en Bali es bastante encantadora, desde luego los que se dedican al turismo son, en una gran parte, unos caraduras como pocas veces hemos visto en ningún país. En el aeropuerto las tarifas de taxi son fijas y están expuestas públicamente, pero a pesar de ello ya nos querían cobrar más del doble, así que tras unos minutos de discusión con el tipo del mostrador no me quedó más remedio que llevarlo hasta el cartel y casi estampar su cara en él, mostrando con mi mano la tarifa a Legian. Episodios parecidos nos pasó días más tarde en el Templo Madre con los entradas, en el Pura Uluwatu y algunos otros. Nada alarmante pero hay que estar alerta con los caraduras. Curiosamente ésto sólo se nos dio en Bali, mayoritariamente hinduista. En el resto de Indonesia de mayoría musulmana no tuvimos ningún problema.