miércoles, 25 de mayo de 2016

Himeji; el castillo entre los castillos


El Castillo de Himeji es probablemente el castillo más espectacular de todo el Japón. Una colosal construcción que destaca sobre el horizonte de la ciudad de Himeji, una ciudad que por otra parte pasaría desapercibida si no fuera por su castillo. La mejor opción para visitar el Castillo de Himeji es llegar en el tren bala hasta la estación de trenes y desde ahí una amplia avenida de algo más de un kilómetro te desemboca en la entrada a este precioso castillo. Sobra decir que para disfrutarlo con comodidad y sin apreturas acudimos a primera hora de la mañana y pudimos visitarlo relativamente tranquilos.


El Castillo de Himeji sobrecoge en la distancia corta. Un verdadero superviviente de guerras, incendios y desastres naturales, lleva siglos contemplando el devenir del Japón. Fue construido en el siglo XIV, aunque se volvió a reconstruir a lo largo del siglo XVII que es como ha llegado hasta nuestros días, pasando su torre principal de tres alturas a cinco. En los últimos tiempos ha sido sometido a una profunda restauración que ha llevado más de seis años y en este año 2016 ya lo hemos podido disfrutar espléndido, con un blanco inmaculado. Realmente bello, lo que le ha valido ser declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad y ser Tesoro Nacional de Japón.




Al castillo se accede desde una gran campa que se extiende a sus pies. Siguiendo el camino se llega hasta las taquillas que dan acceso al Castillo de Himeji. La entrada nos costó 1.040 yenes por persona y desde ahí entramos al recinto del castillo a través de una gran portalada.


Al poco de entrar y comenzar a ascender al interior del castillo nos encontramos con la primera sorpresa. En lo alto de una de las puertas, en los tejados a dos aguas chinos, existe un raro ejemplo casi único del relieve de una cruz cristiana. Se piensa que se mantuvo como recuerdo de la gloria cristiana y para evitar cualquier desgracia futura, especialmente los incendios tan temidos en el periodo Edo.




El Castillo de Himeji posee cinco niveles de altura sobre la gran plataforma de piedra en el edificio principal más otros tres torreones de tamaño más pequeño. En el primer nivel pudimos aprender bastantes aspectos de la construcción del castillo en la pequeña exposición ubicada allí. Una maqueta nos desveló la estructura de vigas y columnas que sostienen este imponente castillo, y cómo unas iban entrelazadas con otras. También fue la oportunidad de contemplar por primera vez los techos de madera y vigas transversales.




El enorme y descomunal pilar oeste del castillo, el alma constructiva del armazón del edificio junto a su mellizo, el pilar este, resulta realmente espectacular. No nos pudimos resistir a tocar y abrazar este pilar con varios siglos de existencia para intentar capturar algo de su energía. Hay que estar allí en vivo para poder intentar comprender la presión y el peso que soporta desde hace tanto tiempo.


Visitar el Castillo de Himeji lleva su tiempo si quieres apreciar los secretos constructivos. Solamente recorrer las plantas rectangulares con calma, sentarse en algunas de sus bancadas y curiosear por las numerosas ventanas, además de continuar ascendiendo por las empinadas escaleras hasta la siguiente altura no se puede hacer ni rápido ni de un tirón, a no ser que actuemos como un burro en una noria dando vueltas y con las orejeras puestas. Impresionantes las grandes vigas agrietadas por el paso de los siglos que sostienen las plantas.






A medida que subíamos plantas las vistas de la ciudad de Himeji y de las colinas circundantes se volvían más espectaculares. Desde las alturas también tomamos constancia del enorme recinto del Castillo de Himeji, un gran complejo amurallado con multitud de edificaciones auxiliares donde moraban los criados, el personal y los soldados. En la distancia y desde la última planta del castillo la vista alcanza hasta el Mar Interior y las islas cercanas.






En la quinta planta del Castillo de Himeji, donde la planta rectangular queda reducida casi al mínimo, un altar preside la estancia central donde los visitantes se afanaban y se entregaban a la oración. Nosotros también efectuamos nuestras ofrendas monetarias y pedimos-más que rezar- por nosotros y la gente que nos importa. Durante nuestro viaje a Japón las ofrendas en los altares más emblemáticos de los lugares que visitamos fue una constante.


En el muro junto a la Puerta Bizen que sirve de salida de la torre principal del castillo, las enormes piedras han sido talladas con formas muy concretas para soportar el peso de la muralla. Algunas de estas enormes piedras fueron desenterradas y traídas de tumbas tradicionales japonesas (haka) y enterramientos de los alrededores.




Tras visitar el edificio del Castillo de Himeji continuamos conociendo los jardines que se extienden a sus pies, y más tarde accedimos a las edificaciones que recorren la muralla y que servían de estancias. En ellas, a parte de conocer cómo se desarrollaba la vida cotidiana, se exponen objetos y maquetas que tratan de situar al visitante en aquella época feudal de esplendor.


En las estancias aledañas a los corredores figuras vestidas de ropajes tradicionales recrean, como ya había dicho antes, la vida cotidiana en el recinto del Castillo de Himeji. Los juegos de mesa, las ceremonias de te y diversos pasatiempos ocupaban los días de la gente que allí habitó.


Tras pasar varias horas disfrutando del mejor castillo de Japón, ya casi se nos había pasado la hora de comer. Caminado por la avenida en busca de algún restaurante en la estación de trenes, fuimos curioseando los escaparates de los comercios y viendo las numerosas esculturas que adornan las aceras de la avenida principal. Pero nos cruzamos con un pequeño establecimiento regentado por dos señoras mayores y que daban de comer unos deliciosos ekisoba -la típica comida japonesa a base de soba-  desde el año 1949 nada más y nada menos. Amablemente una de las señoras nos ayudó a elegir los tiques de la máquina mientras nos acomodábamos en la barra para saborear este menú tradicional por sólo 500 yenes cada uno. Un local con espacio para diez o doce comensales como mucho, pero donde comimos de lujo a precio de saldo.




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