La última etapa de nuestro gran viaje por Japón nos llevó hasta la tradicional Kyoto. A la antigua capital le habíamos reservado en exclusiva cuatro días para poder explorarla con calma, y a pesar de que en ese tiempo pudimos escudriñar sus templos más importantes, su impresionante Palacio Imperial, su castillo y sus recónditas calles en sus barrios más tradicionales, todavía nos quedaron muchas cosas por hacer y vivir. A toro pasado creo que seis o siete días hubiera sido el tiempo acertado para empaparse totalmente de Kyoto, pero los días de que disponíamos eran los que eran. Tampoco nos vamos a quejar y, probablemente, nos sirva de pretexto para regresar de nuevo a Japón. Y como por algún sitio había que comenzar a explorar la ciudad, el primer día decidimos desplazarnos al noroeste de Kyoto donde se encuentran emplazados dos de los templos más famosos de la ciudad. Y la mejor manera de llegar a ellos, sin duda, es utilizando las numerosas líneas de autobús que circulan por toda Kyoto. Adquirimos al conductor dos pases de todo el día por 500 yenes cada uno y tras efectuar un transbordo llegamos al Templo Kinkakuji, o más conocido como el Pabellón Dorado. La entrada al recinto cuesta 400 yenes.