Este verano del 2013 teníamos en mente, como ya suele ser habitual en nosotros, varias opciones de viaje. Todas pasaban por conocer diferentes rincones de nuestra vieja Europa situados en diferentes latitudes y con distintos medios de locomoción como forma de acceso a ellos, a excepción de una posibilidad que barajábamos de volver de nuevo a
Asia, en este caso al maravilloso
Japón. A la hora de decantarnos por cual sería la elección definitiva pesó mucho la opción de conocer por fin
Praga, la capital de la
República Checa que se nos había resistido a lo largo de muchos años. Y dicho y hecho comenzamos la búsqueda de unos billetes de avión que no nos dejara seco el presupuesto. Al final lo logramos, desde
Bilbao con
Lufthansa vía
Frankfurt, y luego la vuelta desde
Praga hasta
Londres, y además
sin que por ello tuviéramos que empeñar los anillos, el reloj y la cartera sobre todo ¿Y por qué después de empaparnos durante cinco días de
Praga volar a la capital del Reino Unido? Pues porque allí (concretamente desde la localidad costera de
Harwich) nos esperaba un viaje a bordo del
Celebrity Infinity que nos llevaría a los lugares más recónditos y salvajes de la vieja
Europa. Un viaje en el que visitaríamos las
Islas Feroe, unas pequeñas porciones de tierra perdidas en mitad del
Atlántico Norte, donde los altos acantilados, los fuertes vientos reinantes y lo abrupto del terreno condicionan la vida de sus escasos habitantes. Más tarde nos llevaría hasta
Islandia, en los confines de la
Europa Occidental y uno de los territorios más salvajes y vírgenes que aún se conservan en el continente, para acabar la singladura en
Noruega, en el
fiordo de Gerainger (Patrimonio de la Humanidad) y en la bella ciudad de
Bergen. Con el vuelo de
Ryanair de regreso a
Santander concluía nuestro viaje estival de este año, con los buenos recuerdos y experiencias recolectados en un fabuloso viaje que nos ha trasladado de la belleza y las maravillas arquitectónicas de
Praga hasta la naturaleza más indómita y aislada de
Islandia.