Hay algunas ocasiones en las que parece que si algo está destinado a salir bien saldrá bien contra viento y marea, y este viaje es un ejemplo de ello. Cuando uno depende de tantos factores externos (aeropuertos, varios vuelos, maletas, transfers, hoteles, coches de alquiler, etc..) para planificar todas las visitas en los diferentes destinos, a veces parece casi un milagro que todo salga perfecto. Pero es que hasta la climatología nos acompañe en la ciudad más lluviosa de toda Europa, o sea en la pintoresca Bergen, y nos obsequie con una espléndida y soleada jornada, ya es demasiado bueno para creerlo. Pero afortunadamente así fue. El desembarco lo hicimos pronto en la mañana para intentar aprovechar al máximo las horas de que disponíamos en Bergen. Un autocar nos sacaba de la zona portuaria y nos dejaba en las calles del centro de la ciudad, que a esas primeras horas del día se encontraban semi vacías. Tras un breve paseo inicial por algunas de las calles de Bergen nos dirigimos en primer lugar hacia la estación del funicular para, tras una pequeña espera en la cola que se había formado, ascender hasta el mirador del Monte Floyen y disfrutar de las magníficas vistas panorámicas de toda la ciudad.