Ya como costumbre, y para celebrar el cumpleaños de Ceci, de nuevo nos escapamos de viaje en octubre, haciéndolo coincidir con el puente del Pilar. Esta vez el destino elegido fue uno largamente perseguido por nosotros desde hacía tiempo, Rocamadour, y de paso conocer otros maravillosos rincones que el departamento francés del Lot ofrece al que quiera acercarse a esta abrupta y salvaje región, plagada de pueblos medievales de cuento. Salimos de nuestra casa con la ilusión propia de quien comienza una pequeña aventura viajera. Por delante teníamos 700 kilómetros de autopistas hasta llegar a nuestro destino final, Rocamadour, donde pasaríamos las siguientes tres noches, y a la que llegamos ya de noche y con el único contratiempo del tormentón que nos cayó encima en la zona de Tarbes, y que hizo que durante una buen trecho tuviésemos que bajar la velocidad a poco más de 60 km/h. El navegador del coche indicaba que quedaban dos kilómetros para llegar y de momento todo eran curvas y más curvas, y no se veía ningún signo de civilización pero de repente, después de otra nueva curva, allí estaba...Rocamadour. El impacto al contemplar por primera vez la ciudad de Rocamador, con la Abadía y el Chateau totalmente iluminados en la oscuridad de la noche y encaramados a la roca, resulta una experiencia que difícilmente podremos olvidar. De hecho paramos un momento, lo que pudimos en la estrecha carretera, para comprobar que era real y no se trataba de una ilusión de nuestras mentes. Hicimos el check-in en el hotel, les dejamos las llaves del coche para que lo aparcaran en su parking, cenamos algo ligero, ya que por el camino habíamos comido algunas cosas, y fuimos a descansar para recuperar fuerzas y estar bien despejados al día siguiente.