martes, 18 de octubre de 2016

Praga; el recinto del Castillo y el callejón de Oro


El recinto del Castillo de Praga es verdaderamente extenso, y de ahí que el conjunto sea uno de los más espectaculares de Europa. Tras nuestro detenido paso por la magnífica Catedral de San Vito continuamos visitando las lugares más importantes del castillo. Y lo primero fue conocer las joyas de la corona checa que se pueden visitar en el anexo al antiguo Palacio Real. Pero sin duda lo más interesante es el llamado Callejón de Oro, una  pequeña y estrecha callejuela cuyo nombre viene heredado de los antiguos orfebres y artesanos que habitaron estas viviendas siglos atrás. Para acceder a dicha calle es necesario estar en posesión de la entrada general al castillo.


El Callejón de Oro lo forman pequeñas casas generalmente de una planta, a las que se les ha añadido un corredor cubierto que recorre los tejados de un buen número de estas viviendas. Habitualmente esta pequeña calle suele estar muy concurrida por lo que es una buena idea ir a conocerla a partir de las dos de la tarde, cuando buena parte de los turistas están almorzando. Los interiores de estas casas es posible contemplarlos desde la propia entrada a las mismas, pero sin poder deambular por su interior.




La casa más visitada del Callejón de Oro es la que ocupa el número 22. En esta vivienda vivió Franz Kafka durante una temporada, de ahí la popularidad entre los visitantes. Merece mucho la pena conocer cada una de estas viviendas coloridas adosadas a las murallas del Castillo de Praga, contemplar detenidamente la colección de armaduras y armas medievales, o curiosear por las tiendas de marionetas y souvenirs.






Y así, poco a poco, fuimos abandonando el recinto del Castillo de Praga. En nuestro camino también nos cruzamos con los muros de la Basílica de San Jorge, la iglesia más antigua del recinto del castillo, con su fachada barroca y la abadía Benedictina. También nos resultó curioso el gran número de parejas de novios que pululaban por el recinto del Castillo de Praga para realizar sus fotos nupciales, sobre todo  siendo un jueves de labor.  A esa hora coincidió también el cambio de guardia en las puertas del castillo. 






En el descenso hacia las calles del barrio Malá Strana nos detuvimos varias veces a lo largo del camino para disfrutar de nuevo de las vistas panorámicas y de los rojos tejados de la ciudad de Praga. Y por supuesto de los gruesos muros que sustentan algunos de los suntuosos palacios del complejo del castillo.


Parte de la tarde la gastamos paseando por las calles de Malá Strana y la rivera del río Moldava, el que le da la vida a la ciudad de Praga y la complementa para que sea una de las ciudades más bellas y románticas de Europa. También aprovechamos para visitar el Museo de Franz Kafka, dedicado a la obra y vida de este autor universal. En su patio llama poderosamente la atención una gran escultura de dos figuras orinado sobre un estanque que representa el relieve del territorio de la República Checa. Los chorros de orina escriben -presuntamente- frases en el agua del estanque. Se puede enviar un sms al número de teléfono que se encuentra junto a las estatuas con la frase que queramos que se "escriba" sobre el agua.




Es un placer para los sentidos pasear por Malá Strana. Sus edificios barrocos, sus empedradas calles, su animada vida comercial, y sorpresas como el estrecho callejón cuya exigua anchura -no más de 50 centímetros- ha hecho necesaria la colocación de un semáforo para peatones, hizo que el tiempo volara sin que nos diésemos cuenta. Para los que quieran ver esta curiosa callejuela de nombre Certovka, que conecta dos lugares en Malá Strana deben estar atentos en la calle Lizickeho. Y con tanto caminar se nos echó encima la hora de cenar así que nos metimos en un restaurante local muy cercano al Puente de Carlos en la parte de Malá Strana donde pudimos saciar nuestro apetito con buenas viandas del lugar.









Tras la cena siempre apetece pasear, pero aún mucho más si uno se encuentra en Praga. Cuando cruzamos el Puente de Carlos todavía permanecía una luz residual en el cielo que daba a la ciudad un aire misterioso y totalmente embriagador. Sus centenarias piedras y su brillante suelo adoquinado adquirían una belleza mayor si cabe, y sobre él algunos músicos callejeros aún permanecían ofreciendo sus variopintos recitales a los muchos paseantes que habían ido para disfrutar de este rincón sobre el río Moldava.




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