viernes, 26 de junio de 2015

Yangón; caminando por sus barrios


Tras una mañana bastante tranquila, paramos a un taxi y negociamos el precio para que nos acercara hasta el barrio chino de Yangón. Son verdaderamente baratos, pero conviene negociar y enseñar el dinero que estás dispuesto a pagarles como máximo por desplazarte al lugar que le indiques. En realidad nos montamos para no cansarnos en exceso andando innecesariamente, pero los atascos que hay en Yangón pueden ser un fastidio. Pero al final llegamos a nuestro primer destino, el templo de Kheng Hock Keong, el mayor templo chino de la ciudad de Yangón. El templo está dedicado a la diosa del mar Mazu y suele estar envuelto en una densa humareda provocada por la quema del incienso en los altares taoístas.





Cuando llegamos al templo a media tarde éste se encontraba semi vacío, pero pude leer por ahí que durante las primeras horas de la mañana ofrece un espectáculo especial al estar atestado de gente ofreciendo flores y quemando incienso en sus altares.




Después de la visita al templo anduvimos por las calles adyacentes observando la vida local de los habitantes del barrio chino. Sus destartalados edificios, puestos artesanales instalados en plena calle de oficios varios es lo que pudimos encontrar deambulando por algunas de las calles perpendiculares al puerto de Yangón y a su transitada Avenida Strand.





Y si existen varias razones por la que resulta imprescindible visitar el barrio chino de Yangón, la más poderosa son las calles donde se alinean los puestos de comida callejera. Es cierto que es un clásico de todo el sudeste asiático, pero aquí en Yangón adquiere aún más protagonismo si cabe. Muchos pinchitos de pollo frito, verduras, arroces y otras delicatessen que no llegué a descubrir del todo que eran, pero en muchos puestos con unas condiciones de salubridad muy poco adecuadas, con los chiringuitos instalados sobre aguas estancadas. Y que en algunas de sus calles las conducciones de alcantarillado discurran por canales y conducciones abiertos al aire libre tampoco ayuda demasiado. 





Pero lo cierto es que otros muchos puestos en otras zonas del barrio chino si parecen dar un poco más de seguridad. Sus preparaciones de comida en cuencos de acero inoxidable con muchos platos con una pinta de lo más apetitosa, y sobre todo con productos muy cocinados y nada en crudo. Es una de las máximas a la hora de consumir comida callejera, todo lo que comas debe estar cocinado y nunca consumir ensaladas o frutas que ya estén peladas, amén de tomar siempre agua embotellada. Ésto es muy importante. Cuando la comida se ha cocinado a altas temperaturas y las sopas o las salsas hervidas es más difícil intoxicarte y tener problemas intestinales.




Otra curiosidad son las mesas y sillas de "juguete", casi todas de color rojo y muy pequeñitas

Acarreando con la cocina portátil por las calles. Muchas familias al completo se dedican a la preparación y venta de comida in situ, y para ello necesitan de todo este material. Es una estampa muy habitual en las calles de Yangón.




Muy cerca del barrio chino comienza el barrio hindú de Yangón. Los dos barrios están en el ensanche urbanístico que los ingleses planificaron en forma de cuadrícula en la época colonial. A parte del cambio evidente en los rasgos físicos de los habitantes de esta parte de la ciudad, casi nos resultó imperceptible el cambio de barrio. Sólo se hace más evidente cuando se cruza en tu camino uno de los coloridos templos hindúes donde acuden sus fieles a rezar, ellas ataviadas con sus coloridos sari. 


Los templos hinduistas permanecen tranquilos durante las primeras horas de la tarde



En la parte hindú de la ciudad se suceden los puestos de venta de verduras y frutas y el penetrante olor del pescado seco flota en el tórrido ambiente. A veces el caminar por algunas de las calles se convierte en una penitencia, atestadas de coches y con el gran calor que generan los tubos de escape y los aires acondicionados, y eso que estábamos en invierno. No quiero ni pensar lo que tiene que ser en plena estación estival.





Centrados en tareas de limpieza. No parece que hacerlo en baldes sea demasiado eficaz

En Yangón se vende todo. Nada resulta inservible y todo es susceptible de negociar y venderse

Increíblemente pude ver en un puesto callejero, el cual vendía toda clase de revistas usadas extranjeras como el Hola británico y otras revistas de divulgación, un ejemplar de diciembre de 2014 de la revista española de Coches. Supongo que algún turista español la dejó abandonada en algún hotel, y aquí en Myanmar nada se desaprovecha.


Muy cerca de nuestro hotel había una gran animación. En un pequeño templo hinduista estaban organizando algún tipo de celebración y se encontraba atestado de gente. La calle colapsada por el gran número de fieles para pesadilla de los conductores que se tenían que armar de paciencia, la música sonando atronadoramente en la calle y numerosas vacas siendo engalanadas con ornamentos y collares preparadas para desfilar. Desafortunadamente esas iban a ser nuestras últimas experiencias en Yangón. Apenas comenzaba a caer la noche y debíamos ir al encuentro de nuestro transporte que nos llevaría hasta el lejano puerto de Thilawa, ya noche cerrada. Dejábamos con mucha pena Myanmar, un país con mucho que ofrecer, con una población noble, acogedora y maravillosa, y al que nos gustaría regresar de nuevo en breve. Quizás pueda preparar un circuito de dos semanas por este increíble país, quién sabe.




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