miércoles, 29 de septiembre de 2010

Bologna. La Ciudad Roja





Bologna bien merece dedicarle toda una jornada. Capital de la región de Emilia-Romagna, esta ciudad, cuyo casco histórico es Patrimonio Mundial de la Humanidad, nos sorprendió por la grandiosidad y lo bien conservado que tiene su centro histórico. Es conocida por la Ciudad Roja debido al color de sus tejados y ladrillos de las fachadas de los edificios. La verdad es que ya íbamos avisados sobre la monumentalidad y lo mucho que merecía la pena visitarla, algo que pudimos observar durante la preparación de nuestro viaje, pero nos ha sorprendido por encima de nuestras expectativas y nos hemos traído un muy buen recuerdo. Quizás haya tenido que ver con ello el ambiente que tenía a pesar de las fechas de veraniegas. No hay que olvidar que Bologna es una de las ciudades universitarias por excelencia y eso llenaba las terrazas y bares de vida. Y no precisamente por el turismo que, aunque también lo hay, no es ni mucho menos tan masivo como el de otras ciudades y localidades italianas, que son literalmente invadidas por hordas turísticas.





Llegamos a Bologna y nuestra primera tarea era encontrar aparcamiento. No es fácil encontrarlo relativamente cerca del centro histórico, ya que a parte de la omnipresente zonal azul, la circulación en esa zona está restringida al tráfico rodado. Después de un par de vueltas conseguimos uno cerca de la iglesia de San Francesco , y cuando ya nos felicitábamos de nuestra suerte, nos ocurrió una de las anécdotas del viaje. Un personaje, con aires bohemios, que transitaba por la acera delante de nuestro coche, debió sentir un inesperado “apretón” y en un suspiro, a toda velocidad y sin pensarlo dos veces, lo teníamos con los pantalones bajados y haciendo sus necesidades a resguardo de nuestro coche y el que estaba aparcado al lado. El hombre giraba nerviosamente su cabeza de un lado a otro, oteando el horizonte por encima de las aletas de los coches, esperando que la fortuna le sonriera y que nadie pasara por ahí en ese momento. Pero inexplicablemente, no era capaz de ver que nos tenía a nosotros detrás de la ventanilla, a menos de dos palmos de sus narices. Ante esta situación Kafkiana, y la negativa de Ceci de dejar allí aparcado el coche por más tiempo, decidí arrancar el motor y marchar en busca de otro aparcamiento. Automáticamente, y con un gran sobresalto, el personaje se subió los pantalones a la velocidad del rayo, y en medio de un montón de improperios, gestos y demás, dirigidos no se muy bien a quién, continuó con su camino, seguramente que con el corazón bastante más acelerado. La verdad que no dimos crédito a lo ocurrido, y nos sentimos protagonistas por un instante de la serie de Benny Hill, por lo absurdo de la situación y la velocidad a que se desarrolló la escena. Eso si, él quedó aliviado y a mi me tocó buscar aparcamiento de nuevo.





Una vez solucionado el aparcamiento, nos lanzamos a explorar el centro histórico de Bologna. La primera impresión que nos transmitió, como ya dije, es la de monumentalidad. Y la mayor prueba de ella es La Piazza Maggiore, corazón de la ciudad, con la Basílica di San Petronio presidiéndola, y rodeada de palacios en todo su perímetro. El Palazzo dei Notai, el Palazzo dei Banchi, el Palazzo d´Accursio y el Palazzo del Podesta, y completando todo el conjunto la Fontana del Nettuno, en la anexa piazza del mismo nombre. Al tratarse de un casco histórico medieval, pocas veces hemos visto un conjunto tan espectacular y a la vez tan diferente al del resto de Italia, que sigue estando exactamente igual que en la época renacentista. Para mi es el punto de partida ideal de la visita a esta ciudad. De aquí parten estrechas calles y pasadizos que desembocan en pequeñas plazuelas ocultas, con encantadoras terrazas donde poder esconderse del calor estival. Muy cerca, en la Via Clavature, está el Mercato di Mezzo, escondido entre pequeños edificios medievales. Esta misma calle nos llevaría hasta otro de los símbolos de la ciudad de Bologna; las dos torres. En la edad media la ciudad contaba con más de cien torres. Una de estas dos que perduran es la Torre Garisenda, que comenzó a construirse en el 1120 pero no fue terminada por la enorme inclinación que tomó el terreno. Entonces construyeron la Torre Asinelli justo al lado de la otra y con casi cien metros de altura. Hoy en día están apuntaladas y lo que todavía no entiendo muy bien es como no se ha desplomado la primera de ellas. Da cierta inquietud permanecer cerca de la base de la Torre Garisenda, y por mucho que me esforcé fui incapaz de plasmar con la cámara de fotos la brutal inclinación que posee.





Muy cerca de las torres, bajando por la Vía Zamboni, nos encontramos con muchos bares y cafés atestados de gente donde, para nuestra sorpresa y al igual que en Turín, es muy típico también pedir una bebida y servirte en un plato toda la comida que desees de los bufés que hay en cada café. Ensaladas, arroces, pastas, quesos y algunas otras sugerencias típicas de la región de Emilia-Romagna forman parte de ellos, simulando de alguna manera lo que nosotros conocemos aquí como las tapas de nuestros bares. Se iba acercando el momento de pensar en ir a cenar, y como todavía nos quedaba visitar el Palazzo della Mercanzia, espectacular, en estilo gótico y que forma una de las escenas más fotogénicas de Bologna, decidimos dejar “las tapas” para otra ocasión. Y aunque he nombrado algunos de los monumentos imprescindibles en una visita a esta ciudad, el hecho de pasear relajadamente por sus calles disfrutando del ambiente y sus edificaciones ya es una agradable experiencia de por si.



Otra lugar de concentración de cafés y bares, especialmente de ristorantes y trattorías, son los alrededores de la Piazza Maggiore. Y justo allí nos dirigimos, ya que solemos cambiar nuestros hábitos y horarios cuando nos encontramos de viaje por Europa, y a las ocho de la tarde ya nos entra la necesidad de encontrar un buen lugar y sentarnos frente a una buena mesa. Y vaya si la encontramos. Justo en la parte de atrás del Palazzo D´Accursio, en la Vía Malpertuso, se encuentra la trattoria “La mela” donde destacan las especialidades marineras. Habitualmente, cuando estoy en Italia, suelo pedirme tagliatelle a la marinata, pero en esta trattoria lo recomiendo encarecidamente. Nunca he probado unos iguales, con un sabor tan exquisito y diferente, y como plus adicional raciones muy generosas. Las pizzas también estaban muy buenas, de masa fina y mucho sabor, y los postres tentadores. Y además acompañó la decoración del local y los contenidos precios de los platos ¿Qué más podíamos pedir?


  Palazzo della Mercanzia


 Vista iluminada de Bologna después de cenar...preciosa

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