Tras familiarizarnos con el
downtown de
Dubai el día anterior, y ya con nuestros cuerpos más descansados, nos subimos al metro que tiene parada en la misma puerta del
hotel Rose Rayhaan para dirigirnos al norte de la ciudad. La dos zonas más antiguas de la ciudad, la de
Deira y la del
Bur Dubai se encuentran separadas por esta entrada natural llamada
Dubai Creek. Ciertamente esta zona de
Dubai hierve de actividad comercial en los muelles. Los barcos procedentes de
Irán en una gran parte se afanan en descargar sus mercancías para más tarde llevarse sus bodegas y cubiertas repletas de elementos y mercancías que más escasean en el vecino país del otro lado del
golfo Pérsico. En
Deira las calles son más estrechas, los comercios tradicionales se alinean unos tras otros y la gente -comerciantes y vecinos- se paran a charlar sin aparente preocupación ni prisas ni agobios. En este sentido es la única parte de la ciudad -refiriéndome al conjunto del
Creek que linda con sus dos barrios tradicionales- en los que
Dubai parece una ciudad de verdad, con una vida de verdad, y con un pulso de verdad. Nada parecido a la otra
Dubai, levantada a golpe de "petrodólar", sin planificación ni orden aparente, ni real tampoco, artificial como un parque temático cualquiera. Eso si, un parque tremendamente caro, pero sin alma. Aquello a lo que me refería en la anterior entrada de la ciudad.