jueves, 10 de mayo de 2018

Auschwitz y Birkenau; el recuerdo del horror


Tras nuestro paso por la preciosa ciudad de Cracovia -pinchar aquí para leer el artículo de Cracovia-  nuestro "road trip" por las carreteras polacas continuaba hasta una de las citas ineludibles en todo viaje que se haga a Polonia. Y digo ineludible no por el componente lúdico o cultural ni mucho menos, sino más bien por un componente moral, de aprendizaje, de conmoción y también aleccionador, en suma un componente de vida en un lugar que sobre todo significa muerte. Todo eso y más simboliza Auschwitz y su hermano mayor Birkenau. Para poder visitar los campos de concentración nazis es imprescindible  concertar la visita con antelación a través de internet y recomendable llegar con bastante antelación ya que el paso de controles de seguridad ralentiza el acceso y forma colas, sobre todo en la temporada alta de turismo. Las visitas guiadas se efectúan en los principales idiomas y entre ellos por supuesto está el español con lo que no nos perderemos ningún detalle sobre la infame historia de Auschwitz. Y lo primero que te encuentras al acceder al recinto es el célebre cartel "arbeit macht frei" que traducido al español viene a ser "el trabajo os hace libres".




La visita es larga, y en muchos casos impactante. En ella recorrimos parte de los barracones que ocuparon los nazis en aquel antiguo cuartel del ejército polaco, sus alambradas y también pudimos contemplar el muro donde fusilaban a los prisioneros. Las marcas del impacto de los proyectiles son aún claramente visibles. Muy reconocibles son las torretas de vigilancia, que tantas y tantas veces pude ver en las diferentes películas que a lo largo de la historia han tratado el drama de la guerra y de Auschwitz




Durante nuestro recorrido por el campo de concentración de Auschwitz pasamos por el edificio donde los nazis procedían a la incineración de los cadáveres. Sus chimeneas alineadas delataban la función de aquella construcción alargada, no muy lejana por otra parte de la residencia del comandante del campo de concentración y su familia. Precisamente, los prisioneros encargados del cuidado y la limpieza de las estancias del comandante y de los soldados de las SS eran los que mejores expectativas de vida tenían. En esa parte del campo de concentración la vida diaria se asemejaba a una vida normal, difícil de entender en un recinto como Auschwitz.


Pero Auschwitz es ante todo un museo, un recordatorio del horror, y el propio museo es el lugar donde tomar contacto con la verdadera dimensión de aquella tragedia. Para ello nos dirigimos junto al  grupo de visita en español a las dependencias donde se explica el desarrollo de los acontecimientos y donde se expone al público una colección de fotografías y textos explicativos, que junto al relato de nuestra guía sirvió para conocer de primera mano la cruda realidad vivida en el Campo de Concentración Nazi de Auschwitz.






Nuestra visita discurrió por diferentes salas donde se apilaban diversos objetos tras las cristaleras. Cientos de latas de gas Zyklon B utilizadas por los nazis para asesinar a más de un millón de prisioneros han quedado como testigo oxidado de la barbarie. Miles de pares de zapatos, toneladas de pelo humano y diversos objetos de uso personal llenaban otras salas del museo, aunque donde pudimos poner nombre y apellidos a la tragedia fue tras la cristalera donde decenas de maletas con los nombres de sus propietarios escritos sobre ellas esperan estérilmente a que sus dueños las reclamen. Es casi inevitable que un escalofrío te recorra el cuerpo al contemplar esta escena.






Pero a pesar de la atrocidades llevadas a cabo en Auschwitz, este campo de concentración no podía dar a basto a los enfermos planes del régimen nazi. La consecuencia fue la creación a unos pocos kilómetros de distancia de Auschwitz de un campo de exterminio de dimensiones colosales llamado Birkenau o Auschwitz 2. Para ello extendieron la vía del tren hasta los terrenos internos del campo para facilitar el transporte de miles de prisioneros al día, construyeron decenas y decenas de enormes barracones y una cámara de la muerte gigantesca de la que hablaré más adelante. Todo esto fue llamado "La Solución Final" y Auschwitz y Birkenau debían ser ejes principales de esa solución, tal como le comunicó el comandante en jefe de las SS Heinrich Himmler al comandante de Auschwitz Rudolf Höss. No en vano este lugar no fue elegido al azar sino cuidadosamente. Su emplazamiento en el corazón de la Europa y su buena comunicación por vía férrea desde casi cualquier punto del Viejo Continente la hacía ideal para esa "Solución Final".




Paseando a lo largo de la vía del tren nos cruzamos con numerosos grupos de israelíes enarbolando banderas del estado judío. Es habitual que grupos de escolares e incluso de soldados en periodo de servicio militar viajen a Polonia para conocer de primera mano el sufrimiento de la población judía en aquellos años negros de la historia. De hecho, en nuestro pasado viaje por Israel y Palestina pudimos ver a numerosos grupos de adolescentes en el aeropuerto de Tel Aviv esperando sus vuelos charter a Cracovia. Aunque hablando de cifras de asesinados en Auschwitz, cerca del 90 por ciento de las víctimas fueron judías, pero no hay que olvidar otras minorías y grupos que también fueron víctimas del sinsentido nazi. Entre ellos población polaca, gitanos, prisioneros rusos, opositores alemanes y combatientes de otras nacionalidades contra el fascismo nazi, incluidos combatientes españoles. Nadie se salvó de la atrocidad.


Estas dos instantáneas bajo estas líneas tienen para mi algo de siniestro, me provocan gran inquietud interior, incluso más que la contemplación de las cámaras de gas. La imagen del edificio de vigilancia por el que atravesaban los convoyes de vagones de ganado repletos de personas hacinadas, sin que supieran el cruel destino que la vida les iba a deparar, me provoca un desazón difícil de explicar.




En la explanada se levanta un pequeño memorial a las víctimas inocentes de este holocausto. En él unas placas erigidas en varios idiomas, entre ellos el judeo-español,  pretenden recordar el genocidio y los crímenes cometidos en estos campos por los nazis. Recordar para no olvidar, recordar para no repetir.


Junto a la vía del tren, sí digo bien, casi en la misma vía, en los años finales se procedió a "refinar" el sistema de exterminio de los miles de prisioneros que llegaban cada día a Birkenau en trenes atestados. Nada más apearse de los vagones de ganado se seleccionaba a las personas que acababan de llegar. Los más fuertes y sanos eran apartados para trabajos forzados, e incluso se apartaban a algunos niños que cumplían los "estándares" estéticos del régimen nazi para darlos en adopción. El resto -la mayoría- pasaban directamente a un subterráneo, desnudos, donde eran gaseados y asesinados. Era el exterminio a escala industrial. Una vez leí que a Auschwitz se iba a morir, pero no sin que antes el régimen nazi hubiera optimizado el rendimiento que podía obtener. Y lo obtenía de los trabajos forzados, del despojado de los bienes de los prisioneros, de experimentos médicos, etc... Todo quedaba reflejado en libros de donde se obtenían las estadísticas y el rendimiento del campo. Todo perfectamente detallado. Espeluznante.




Al final de la guerra, cuando el avance del ejército soviético era imparable, y los nazis sentían su aliento casi en el mismo cogote, dinamitaron todas estas instalaciones de hormigón con la esperanza de borrar las pruebas del exterminio en masa allí acaecido. Esas mismas ruinas son las que pueden visitarse hoy, testigo mudo de la barbarie humana.


La parte final del recorrido estuvo amenazada por unas intimidantes nubes de tormenta. Los grises nubarrones y los numerosos rayos y relámpagos parecían poner fin a un día caluroso en estas llanuras polacas. Pero aún íbamos a poder recorrer con tranquilidad algunos de los numerosos barracones que aún perduran, testigos mudos del horror vivido. Los prisioneros dormían hacinados de tres a cuatro en cada litera de madera y los inviernos eran verdaderamente duros con temperaturas bajo cero y sus interiores apenas se caldeaban con las vetustas estufas de leña. Existían zonas de castigo donde los prisioneros eran introducidos en habitáculos tan reducidos que permanecían durante días de pie hasta la extenuación. Terrible.






Un barracón de madera aloja las letrinas, por llamarlas de alguna forma. Tres largas piedras se alinean con cerca de cien agujeros donde los prisioneros hacían sus necesidades dos veces por día. Describían el lugar como un espacio infecto donde se expandía un olor nauseabundo y donde no aparecían ni los guardias de las SS nazis por temor a contagiarse de enfermedades.


Y de esta forma concluyó nuestra visita al campo de concentración más conocido y relevante de la Alemania nazi. Ahora debíamos seguir el camino hacia nuestro siguiente destino, Wroclaw. Auschwitz se ha preservado como memoria viva de una de las mayores atrocidades llevadas a término por el hombre, la idea de un fanático que ha representado como pocos la encarnación del mal y que no olvidemos llegó al poder elegido por los propios electores alemanes. Si bien es verdad que su maquinaria asesina se encargó, por un lado de eliminar a sus adversarios políticos, y por el otro su engranaje propagandístico se encargó de alienar al mismo pueblo alemán vendiéndoles la idea de su imaginaria superioridad de raza aria, y escondiendo en un principio al pueblo su verdadera cara e intenciones ¡Ay!... la propaganda... tan de moda últimamente. Tampoco se puede olvidar que la responsabilidad no sólo fue de los comandantes y jefes del ejército alemán. También fueron responsables los cientos de miles de funcionarios alemanes, cómplices de la barbarie, que firmaban las órdenes de deportación y servían fielmente al régimen nacionalista. Un capítulo de la historia de la humanidad afortunadamente pasado, y que debería servir para no volver a caer en los mismos errores, pero que desgraciadamente se ha repetido en otras partes del mundo, como en Camboya con los Jemeres Rojos, o la revolución de Mao Tse Tung en China, los exterminios de Stalin en la antigua URSS o el genocidio de Ruanda entre otros, y donde hoy en día los vientos de populismos y nacionalismos mentirosos y manipuladores vuelven a soplar en el viejo continente intentando sembrar odio y enfrentamiento. Sólo espero que hayamos aprendido y se ponga coto a estos movimientos excluyentes, rancios y anacrónicos, no fuera a ser que la historia se repita.



2 comentarios :

Un relato muy cuidado, ameno e interesante. Lo es para mí, quizás por edad y por el gusto por la historia, que ya conocía ampliamente. Sin embargo, desde siempre, nunca hemos efectuado visita a sitios/lugares como estos. Solo, en su exterior, al Muro de Berlín y al Monumento a los judios, también de la misma ciudad. Es nuestra forma de expresar el máximo respeto a lo que allí sucediera porque hay cosas que son difíciles de olvidar sin necesidad de ser visitadas. Por supuesto, respeto cualquier otra decisión siempre que no se realice como "visita turística".

Gracias José Manuel....compartimos el gusto por la historia. También estuve en el Monumento a los Judíos en Europa y pude ver la falta de respeto de muchos visitantes saltando de cubo en cubo....vergonzosa la falta de educación. Un abrazo

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