martes, 1 de diciembre de 2015

Lyons-la-Forêt, Les Andelys y un hotel peculiar


Nuestro segundo día de exploración en Normandía nos iba a llevar por la mañana a un par de pueblos con mucho encanto. El primero al que llegamos fue Les Andelys, situado en un recodo a orillas del río Sena. Un pueblo verdaderamente bello donde sobresalen dos monumentos importantes: La Colegiata de Notre Dame y el castillo Gaillard, sin desmerecer al conjunto de casas a orillas del Sena. La construcción de la Colegiata de Notre Dame se inició a principios del siglo XII, aunque luego se fue ampliando su construcción a lo largo de los siglos posteriores. Su imponente planta es visible desde la lejanía y sus interiores son grandiosos y espectaculares destacando su gran órgano de madera tallada del siglo XVI y las llamativas y coloridas vidrieras. 




El castillo  de  Gaillard está emplazado en una colina que domina este recodo del  río Sena y  una amplia planicie. Viéndolo se entiende por qué Ricardo Corazón de León construyó  esta fortaleza precisamente en este lugar, con una visibilidad de decenas de kilómetros a la redonda y posición de dominio sobre los riscos y colinas circundantes y a pie del río Sena. El cardenal Richelieu fue el responsable del abandono de este castillo al ordenar su desocupación e inutilización. Un pedazo importante de la historia normanda.


Después un breve paseo por el pueblo, Les Andelys nos descubrió casas con una bella arquitectura local, fachadas de piedra caliza sacada de los acantilados de caliza que abrazan el pueblo, e irregulares y viejos tejados rojizos. Desde las orillas del paseo se puede sentir y tocar físicamente el río Sena, y se disfruta de unas vistas incomparables de la zona.




Y tras un breve recorrido en coche de unas decenas de kilómetros llegamos a uno de las localidades más hermosas del la Alta Normadía. Lyons-la-Forêt es un precioso pueblo normando situado en los alrededores de un frondoso bosque  bonito a rabiar. El conjunto de su plaza principal resulta muy pintoresco presidiendo el espacio central el mercado de madera del siglo XVIII y rodeado en su totalidad por casa de entramado de madera típicas normandas.




Los comercios acompañan el tipísmo de las casas, los letreros hechos en madera y hierro forjado hace que no pierdan un ápice de de pueblo pintoresco. Si se añade que los coches y los aparcamientos están bien ordenados para no desembocar en el anarquismo de vehículos que suele reinar en los pueblos muy turísticos, hace que el paseo y la visita se un placer y sobre todo muy agradable de caminar. Y hasta los mismos habitantes del Lyons-la-Forêt parecen colaborar en ello decorando ventanas de sus casas o conservando vehículos históricos en las tejavanas de sus garajes.






Esta es una auténtica mansión normanda





Contraventanas en verde, fachadas curvas por el  peso y sobre todo el  paso de los años. El entramado es muy resistente pero el tiempo va pudiendo con casi todo. A cada paso por las callejuelas de la localidad se hace difícil  no  pararse  a  contemplar  detenidamente las  casas, las  ventanas, las macetas con coloridas  flores, en fin, eso cuando no te  tienta una bonita  terraza de  un  café donde nos tomamos un  vino blanco francés.




Y para la estancia de tres noches en Normandía nos decidimos por alojamiento distinto y original, algo que no fuera el habitual hotel impersonal, y que acompañara con las construcciones tan diferenciadas del norte de Francia. En realidad fue la tónica de todo el viaje, elegir alojamientos diferentes con encanto y de pequeño tamaño. Y en esta ocasión fue el Manoir de Bray, una casona que ha pertenecido a la misma familia desde hace más de 200 años y con sólo cuatro habitaciones cuando estuvimos nosotros.


La verdad que la primera impresión que nos llevamos al ver por primera vez nuestra habitación no fue todo lo buena que esperábamos, pero tras el impacto inicial de su recargada decoración afrancesada ya nos relajamos viendo la limpieza y el cuidado del lugar. Aunque era todo un poema vernos metidos en esa cama empotrada en el hueco y con el papel pintado de rosas rodeándonos por todas partes.




La sala anexa al salón principal de la casa ejercía las labores de comedor presidiendo el espacio una gran mesa alargada con unas señoriales sillas tapizadas en telas bordadas. Por las mañanas servían en un completísimo desayuno con productos locales sobre todo.


Y por último el salón de la mansión. Decir que nos encontrábamos como en casa de la abuela es poco decir. Las paredes ocupadas en su totalidad con espejos y retratos familiares con varias décadas a sus espaldas, e incluso más de un siglo de antigüedad. Sin lugar a dudas una experiencia de lo más curiosa y hasta estrafalaria. Para recordar.


La situación del Manoir de Bray en la localidad de Épretot le hace recomendable para recorrer en coche esta parte de la Normandía, ya que las localidades de Rouen, El Havre, Honfleur y Étretat están a poca distancia en coche, aunque es un poco lioso de encontrar al estar algo escondido. mejor llevar las coordenadas del hotel en el GPS.


El escarabajo descapotable del dueño del Manoir de Bray tenía más de 40 años de antigüedad.

2 comentarios :

Mucho has tardado en contarnos este recorrido. Preciosos todos los pueblos y ciudades. Lo tendré en cuenta por si en alguna ocasión nos perdemos por esos lares.

la verdad que he tardado si, pero ya voy lanzado. Es un recorrido en coche chulísimo

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