miércoles, 2 de abril de 2014

Bergen; la capital de los fiordos occidentales


Hay algunas ocasiones en las que parece que si algo está destinado a salir bien saldrá bien contra viento y marea, y este viaje es un ejemplo de ello. Cuando uno depende de tantos factores externos (aeropuertos, varios vuelos, maletas, transfers, hoteles, coches de alquiler, etc..) para planificar todas las visitas en los diferentes destinos, a veces parece casi un milagro que todo salga perfecto. Pero es que hasta la climatología nos acompañe en la ciudad más lluviosa de toda Europa, o sea en la pintoresca Bergen, y nos obsequie con una espléndida y soleada jornada, ya es demasiado bueno para creerlo. Pero afortunadamente así fue. El desembarco lo hicimos pronto en la mañana para intentar aprovechar al máximo las horas de que disponíamos en Bergen. Un autocar nos sacaba de la zona portuaria y nos dejaba en las calles del centro de la ciudad, que a esas primeras horas del día se encontraban semi vacías. Tras un breve paseo inicial por algunas de las calles de Bergen nos dirigimos en primer lugar hacia la estación del funicular para, tras una pequeña espera en la cola que se había formado, ascender hasta el mirador del Monte Floyen y disfrutar de las magníficas vistas panorámicas de toda la ciudad.




Tras un ascenso de poco más de cinco minutos en el funicular de Floibanen llegábamos a la cima del Monte Floyen donde pudimos disfrutar largo tiempo de las vistas de la totalidad de la ciudad. Pero no sólo Bergen estaba a nuestros pies. Los más de 300 metros de altura del monte sobre el nivel del mar, y el espléndido día totalmente despejado de nubes, nos ofrecía unas estupendas vistas de todos los alrededores de la ciudad hasta donde nos alcanzaba la vista de todos los rincones y recovecos del fiordo y de todas las montañas cercanas a Bergen. También aprovechamos a pasear por los caminos cercanos del Monte Floyen rodeados de densas arboleadas y para curiosear por las tiendas de recuerdos y ropas deportivas y de abrigo antes de iniciar el descenso a la ciudad para continuar con su exploración.




La Iglesia Johanneskirken destaca por su altura con el resto de construcciones de Bergen

En el mirador había un gran ambiente debido a la gran cantidad de gente que ya había subido para admirar las extraordinarias vistas panorámicas de la ciudad de Bergen y del entorno portuario, a igual que del fiordo y los montes que rodean y a la vez protegen de las duras condiciones meteorológicas a esta ciudad noruega. A ese buen ambiente también contribuían un grupo de niños y adolescentes africanos con sus animadas danzas y cánticos, que supongo se encontrarían de visita o algún tipo de intercambio.


Una vez nos hartamos de contemplar desde las alturas las vistas de la ciudad, tomamos de nuevo el funicular hasta la parte baja, para desde ahí encaminarnos a través de las pequeñas y recoletas calles hasta el muelle hanseático de Bryggen, Patrimonio Mundial de la Humanidad.





Accedimos al conjunto histórico de Bryggen por la parte contraria al muelle, lo que nos permitió perdernos por las estrechas calles y pasadizos que quedan entre las fachadas de madera de las casas. Algunos de ellos son pasos verdaderamente estrechos en los que ni siquiera los rayos del sol pueden penetrar, o lo hacen tímidamente. Muchas de las plantas bajas de conjunto urbano han sido habilitados como tiendas de recuerdos e incluso galerías de arte y pequeños talleres artesanales aprovechando el tirón turístico que tienen y el consiguiente flujo de turistas.




Este modelo de construcción en el que las casas se levantan muy cerca unas de otras, y unido al hecho de que son construcciones enteramente en madera, han propiciado a lo largo de los siglos importantes incendios en los que algunas de ellas han quedado destruidas o, en su defecto, seriamente dañadas. El último incendio se sufrió en el año 1955, aunque su reconstrucción ha seguido los métodos antiguos. Lo que si que era fácil ver es el efecto que yo llamo de "manos arriba" de los paseantes más curiosos por estas calles. Por supuesto manos arriba con la cámara de fotos para no perderse ni un detalles de las casas, como se puede apreciar en las fotografías siguientes.






Dentro de los negocios que se encuentran ubicados en los bajos de las casas abundan los talleres con objetos de joyería que sobresalen sobre todo por la originalidad de los diseños, u otros con objetos de cerámica y útiles con logradas decoraciones. En todo caso mercancías diferenciadoras, que ya es un gran logro en un mundo globalizado y en el que el "made in china" está presente en la mayoría de las compras y en la practica totalidad de los países del globo terráqueo. 


Y por fin el muelle hanseático. Tras aparecer por uno de los callejones transversales dimos con el frente del puerto y con las coloridas fachadas de Bryggen, tan retratadas a lo largo de los años, y la típica imagen de postal de Bergen que tanto estábamos deseando ver con nuestros propios ojos. Aquí frente al muelle muchos de los bajos los ocupan restaurantes con grandes terrazas al aire libre, que en un día con un sol  tan espléndido apetecía probar sobremanera, aunque bien es cierto que los precios no acompañaban en absoluto. Lo que si que resultó maravilloso fue contemplar esta arquitectura tan típica y característica del norte de Europa, que nació por iniciativa de los comerciantes alemanes Hansas para dominar las exportaciones y todo tipo de comercio desde Noruega, y que más de 600 años de la historia contemplan estas fachadas de madera. En el Museo Hanseático es posible conocer la historia y la vida de uno de estos comerciantes.




La Torre Rosenkrantz se alza junto al muelle hanseático desde el siglo XIII, y ha servido de fortaleza desde la edad media. Desde lo alto de la torre se puede disfrutar a buen seguro de unas bonitas vistas de Bergen, aunque después de haber contemplado las panorámicas que ofrece el Monte Floyen dudo que merezca la pena pagar una entrada. Justo al lado de la torre está la Residencia Real  y la sala de Hakon.








Una vez suficientemente satisfechas nuestras pupilas con las vistas del famoso muelle, y pateado largamente sus calles, nos fuimos paseando hasta el archi famoso mercado del pescado de Bergen, otro de los imprescindibles en una visita a la ciudad escandinava. Y nosotros no íbamos a obviarlo así que para allí que nos dirigimos en un sosegado paseo a través de sus numerosos puestos. Y ciertamente, las decenas de veces que hemos vistos reportajes de esta ciudad en la televisión, podemos dar fe nuevamente que en muchos de ellos están atendidos por jóvenes españoles que en época estival buscan sacarse unos ingresos que, lamentablemente, en su país no pueden conseguir. Aunque también es verdad que dichos ingresos, a priori bastante abultados, no lo son tanto en el momento que debes sobrevivir con ellos en la cara Noruega, tal como pudimos contrastar en conversaciones con algunos de ellos.


Esta simpática y charlatana madrileña fue la artífice de echarnos el gancho para probar las delicias que los fríos mares noruegos nos ofrecen. Después de charlar con ella decidimos sentarnos en su puesto y saborear un sabrosísimo salmón salvaje, acompañado a su vez de unas tersas gambas noruegas. Ciertamente la textura del salmón salvaje, e incluso su sabor, es distinto a su homónimo de piscifactoría, pero lo que ya no se con certeza es si su abismal diferencia de precio lo justifica. Pero ya que nos encontrábamos en Bergen y en su famoso mercado de pescado no dejamos de probarlo para tener opinión propia.


Este era el plato tipo, con aproximadamente 300 gramos de salmón salvaje y acompañado de un puñado de gambas noruegas. Satisfacer nuestra curiosidad (que no nuestro paladar porque para poco dio) nos salió por unos 28 euros al cambio. Encima como para no estar rico y sabroso. Tanto la langosta como el cangrejo real ni olerlo, claro está.




También aprovechamos, y después de probarlo, nos trajimos a casa unos embutidos de reno y de ciervo, y otros de alce y de ballena. Esta última con un sabor de lo más intenso, por describirlo de alguna forma.


El resto de la jornada la dedicamos a conocer otras partes de la ciudad con menos tránsito de turistas. Bellos edificios y calles tranquilas con las calzadas adoquinadas y con algunos restaurantes, pequeñas galerías de arte y tiendas de antigüedades, y sobre todo muchas fachadas de madera.


La Iglesia de la cruz (Korskirken) data del siglo XII, aunque el diseño que pudimos contemplar hoy en día viene del siglo XVII, con lo que todas esas reformas y añadidos han dado como resultado una amalgama de diferentes estilos de construcción.























En las zonas más modernas de la ciudad se vivía un ambiente mucho más animado con gente tomando el sol en las numerosas terrazas o en bancos o escaleras. Porque no todos los días se puede disfrutar de un día tan espléndido en la lluviosa Bergen.




El pequeño lago de Lungegardsvannet en el centro de Bergen

La navegación a lo largo del fiordo en Bergen resultó un deleite para la vista. Escondidas entre la frondosidad de los numerosos árboles se vislumbraban multitud de coloridas casas de madera, muchas con sus propios embarcaderos muy típicas del norte de Europa. Y en muchos de los recovecos y escarpados entrantes del fiordo pequeños puertos deportivos dan servicio a la gran cantidad de botes y lanchas que navegan por estas protegidas aguas.






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