Tras atravesar medio mundo, y después de cuatro despegues y aterrizajes entre escalas técnicas y otras en las que cambiamos de avión, llegábamos por fin al aeropuerto internacional de Kingsford Smith en Sydney. Para nuestra sorpresa, después de haber leído en numerosas ocasiones acerca de los severos controles que llevan a cabo en las aduanas australianas, mostramos nuestros pasaportes al agente de aduanas que tras un rápido vistazo nos envía a un pasillo rotulado con el número 7, y fue dar la esquina del mismo, abrirse unas puertas automáticas y encontrarnos en plena calle. Pocos procesos de inmigración hemos vivido tan fáciles. Aunque también es verdad que a otros turistas les hacían pasar por registros de equipaje, y hasta incluso pasaban a perros policía para olfatear las maletas y a ellos mismos. En la misma salida tomamos un taxi que nos acercó en poco más de media hora hasta nuestro hotel en el centro de Sydney, a sabiendas que por la hora que era (poco más de las ocho de la mañana) difícilmente estaría preparada nuestra habitación, y más conociendo como conocíamos el grado de ocupación tan alto de los hoteles de Sydney la semana del "mardi gras". Hicimos el check in, dejamos el equipaje en consigna (más tarde nos lo subieron a nuestra habitación) y nos dimos una reconfortante ducha y nos cambiamos de ropa en el gimnasio del hotel. Y a la calle rápidamente, no había tiempo que perder, ciertamente estábamos deseosos de explorar la ciudad....estábamos en SYDNEY.