viernes, 27 de noviembre de 2015

Étretat; los acantilados más famosos de Normandía


La siguiente etapa de nuestro viaje por carretera nos adentraba en la Normandía. Esta región del norte de Francia se hizo muy célebre a raíz de los acontecimientos que aquí tuvieron lugar en la Segunda Guerra Mundial con su conocido desembarco, donde los aliados iniciaron la reconquista del continente europeo a las tropas nazis. Pero eso vendrá más adelante, en otras entradas que escribiré. Ahora tocaba el lado más paisajístico y el más lúdico, donde se mezclan pequeños pueblos con playas de piedra, mar y naturaleza. Cunado dejamos las maletas en nuestro hotel-del que hablará al final- nos dirigimos conduciendo por las bonitas y estrechas carreteras secundarias de la Normandía hasta el pequeño pueblo de Étretat. Y una de las cosas que más ganas tenía era la ver con mis propios ojos esos blancos y magníficos acantilados de Étretat. Esas inmensas ganas me entraron hace tiempo cuando en un programa deportivo de televisión pude contemplarlos por primera vez en una de esas locas competiciones que hace la diabólica fábrica de sueños de Red Bull. En aquella ocasión hacían pasar aviones de la Fórmula 1 de los aviones-la Red Bull Air Race- a través de los arcos naturales de los acantilados de Étretat. Una pasada de espectáculo, y yo tenía que verlo aunque fuera sin aviones.



La capilla de Notre dame de la Guarda fue construida en ,o alto de uno de los acantilados por los habitantes de Étretat y sus materiales para su construcción tales como las piedras, vigas de madera, tejas y demás acarreados por los marineros en sus propias manos. Dedicada a la Virgen y como protección a los pescadores en sus lucha diaria con los bravos mares del Mar del Norte.




Existe una senda peatonal que da acceso a la parte alta de los acantilados de Étretat y nos permitió recorrer una buena parte de ellos. en general está en buen estado pero dependiendo del tiempo y de si ha llovido recientemente puede encontrarse algo embarrado por lo que es aconsejable llevar calzado cómodo y plano para evitar caídas y que el largo paseo por las sendas se conviertan en una tortura en vez de una experiencia agradable. No fue nuestro caso ya que nos hizo un tiempo maravilloso.






La quietud, la paz y sosiego que proporcionaban las vistas a los acantilados y el lejano horizonte resulta difícil de describir si no se está allí para verlo y vivirlo por uno mismo. Un inusual calmado Mar del Norte acariciaba las rocas como no queriendo desgastar esos arcos naturales que tarde o temprano acabarán sucumbiendo a la erosión de los vientos y el brutal embate de las olas en los temporales invernales. 




Los arcos naturales de los acantilados de Étretat tienen como nombres la Porte d´Amont, la Porte d´Aval y por último Manneporte. Desde el senda peatonal que da acceso a las alturas todos se ven grandiosos y espectaculares. 




Un paseo por el pueblo de Étretat desvela montones de casas con fachadas de piedra unas y otras con una curiosa continuación de las tejas por la fachada de las mismas. Detalle éste que no recuerdo ahora mismo haber visto en otros lugares y que dan pistas de los duros y largos inviernos que se deben vivir en estas latitudes. Calles encantadoras y multitud de terrazas cubiertas con toldos en previsión de las posibles lluvias, cosa que no hizo falta el día tan maravilloso que pasamos en Étretat.




Al ser una localidad eminentemente turística Étretat tiene una amplia oferta de restaurantes y lugares donde tomar un piscolabis. Nosotros elegimos el hotel-taverna Des Deux Augustins donde pudimos saborear las delicias locales, sobre todo platos de pescados y mariscos. Y eso precisamente es lo que no quisimos dejar de probar, un plato con tres tipos de pescado, mejillones y tres langostinos y una cigala, y cuando digo una es una. En fin, además todo sobre un fondo de repollo con dos salsas. No fue para tirar cohetes la verdad.






Al caer la noche los acantilados se van iluminando con potentes focos halógenos  

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