lunes, 7 de junio de 2010

Portofino. Crucero Msc Lírica.




Si alguno de los antiguos habitantes de Portofino levantara la cabeza, no daría crédito al ver en lo que se ha convertido hoy en día este pequeño pueblecito de pescadores. De lo que antaño eran viviendas de humildes pescadores y bajos que servían de almacenes de redes y pertrechos, nosotros hemos visto boutiques de lujo y restaurantes ordenados alrededor de la parte baja y el puerto, zona dedicada en exclusiva al turismo. Deambulamos por sus calles y puerto, en las que no falta ningún diseñador internacional que se precie, y aunque parezca mentira, aún queda alguna barca de pesca mezclada en un mar de yates y motoras de lujo.



Nada más embarcar en el tender del Lírica y a medida que nos íbamos acercando al puerto, fue apareciendo la estampa romántica que en tantas ocasiones habíamos visto plasmada en fotografías. La verdad que esa primera impresión, junto a la típica vista panorámica que pudimos apreciar desde el mirador de una de las iglesias, situada en lo alto de un monte que va a morir en la mar, no se nos olvidará nunca. Eso si, una vez recobrado el aliento después de ascender decenas de empinadas escaleras. Y es que Portofino tiene una luz especial, con sus aguas cristalinas y sus edificios en tonos ocres. Acostumbrados como estamos a visitar grandes ciudades, se agradece muchísimo estas visitas a pequeños pueblos que nos permiten pasar unas horas relajadas y con tranquilidad, y más si se trata de Portofino.





Como se puede suponer, la visita, a parte de muy tranquila, nos resultó facilísima. El mayor esfuerzo que hicimos fue la ascensión al mirador desde donde disfrutamos mucho, muchísimo, con las vistas que ofrece, tanto a la fachada marítima de Portofino, como al Mar de Liguria por la parte opuesta. Comenzamos el recorrido por el puerto, lógicamente, ya que era donde nos dejó el tender y continuó por las pequeñas calles que ascienden hasta la parte más alta del pueblo hasta encaramarse en los montes que la rodean. La primera sorpresa que nos llevamos fueron en las tiendas que nos íbamos encontrando, donde a parte de dos establecimientos de recuerdos y alguna pequeña galería de arte, todos los demás locales estaban copados por restaurantes, alineados principalmente alrededor de puerto, y las boutiques de diseñadores de primer orden como Ferragano, Dior, Armani, etc..y que ya nos hacía presagiar que Portofino es caro. Y vaya si lo es. Con decir que unos pececitos de recuerdo que ya habíamos visto anteriormente costaban más de seis veces que en Toulon... Visitamos la iglesia de San Martino, la fortaleza del Castello Brown y dimos un paseo por Via Paraggi que transcurre por la parte de atrás de los edificios que conforman la fachada del puerto, y que nos llevó a una coqueta cala cercana donde se contemplaba la radiante estampa del Lírica iluminado por aquel maravilloso atardecer.




Ya se iba acercando la hora de cenar, y se notaba porque Portofino se iba vaciando poco a poco de crucerístas, que llenaban los tender apresuradamente, con la esperanza de llegar a tiempo a sus turnos de cena. A nosotros ni se nos pasó por la imaginación perder esas últimas dos horas a bordo del Lírica. Lo teníamos decidido, íbamos a cenar en una de las terrazas que rodean la dársena del puerto. Cuando comenzamos a ver las cartas de los diferentes restaurantes vimos, lo primero que nos iba a salir por un pico, y lo segundo que parecían haberse puesto de acuerdo ya que los precios eran casi calcados , a excepción de dos de ellos que directamente eran prohibitivos. Así que nos sentamos en el que nos pareció que tenía más encanto. Pedimos unas ensaladas de pulpo fresco, según nos sugirió la camarera, y una de las especialidades de pasta del lugar, y que no resultó ser más que unos simple linguini con pesto y tomate, todo regadito con un buen vino tinto de la Liguria. Nunca habíamos pagado casi tres mil de las antiguas pesetas por un plato de pasta, pero ¡qué demonios! una noche es una noche, y más si es en Portofino. Fue una cena de lo más agradable, sentados en una mesa con velas al borde mismo del puerto, viendo a los peces nadar y con Portofino iluminado como telón de fondo. Y con peculiares vecinos de mesa, recién bajados del yate, con sus americanas azul marino con brillantes botones dorados, inmaculados pantalones blancos y conversaciones intrascendentes.





Y llegó la hora de irse, y en el muelle la tripulación del tender comenzaba a impacientarse. Cuando nos acercamos escuchábamos las conversaciones que mantenían a través del portátil con el Msc Lírica en el que les indicaban que faltaban “quattro italiani e due spagnoli”. En fin, una maravillosa escala que se sale de las rutas habituales, que se conserva perfectamente debido al controlado turismo y a su carestía y que nos ha dejado un recuerdo imborrable.






                                                        El Lírica fondeado frente a Portofino
                 


       La animada plaza del puerto
                          


                                                  Iniciando la maniobra de fondeo frente a Portofino



                   Los momento previos al embarque en los tenders                                                                                           


       

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